domingo, 26 de junio de 2011

Perú Capitulo 2

Los disparos fueron secos y a pesar de no meter mucho ruido despertaron al Sr. Greenshoot

- ¿Qué ha sido eso? ¡Que demonios…! Pero, ¿qué hora es?- el Sr. Greenshoot estiró su brazo hasta alcanzar la mesilla donde había dejado el reloj.

- ¡Las seis y media!.- aún era de noche y decidió asomarse a la ventana para intentar averiguar qué es lo que le había despertado. Con precaución, movió ligeramente una de las cortinas. En la calle, un grupo de soldados se introducía en una furgoneta de color gris. El ruido de las puertas se mezcló con el del motor que arrancaba. Un rápido acelerón y la furgoneta desapareció entre las calles. A su marcha comenzaron a oírse los pájaros que saludaban el nuevo día.

-¡Pero, ¿qué pasa aquí?.- El Sr. Greenshoot se retiro de la ventana, fue al baño y después de aliviar su vejiga, decidió que lo mejor era dormir una par de horas más para recuperarse del viaje.

A pesar de no haber dormido mucho más, el Sr. Greenshoot se encontraba descansado. El desayuno del pequeño hotel en el que se alojaba era bastante completo, unas tostadas, mermeladas, mantequilla, un jugo de frutas y un café con leche.

- Buenos días señor, ¿desea leche en su café?.- preguntó un joven camarero.

- Si por favor.- contestó el Sr. Greenshoot.- Perdone mi curiosidad, pero esta mañana he visto unos militares merodeando por el barrio…

- Ahh! Claro, es el toque de queda no más.- le interrumpió el camarero.- Todas las mañanas a las seis punto treinta termina el toque de queda, en ese momento los soldados efectúan unos disparos para anunciar que se retiran de las calles.

- Ah, ya….- el Sr. Greenshoot no se había quedado muy tranquilo oyendo la explicación del joven camarero, el jugo de papaya le hizo un efecto demoledor en su estomago y tuvo que subir a su habitación con urgencia.

Una vez solucionados sus problemas de adaptación estomacales, rehizo su equipaje y partió hacia la estación de autobuses rumbo a Cañete.

Cañete era una población a unos 145 kilómetros al sur de Lima. Desde Cañete, el Sr. Greenshoot tenía pensado acceder a otro poblado de la sierra llamado Santa Cruz y una vez allí realizar diversas tareas que le habían sido encomendadas.

Llegar a Cañete no fue complicado, bastaba con tomar un autobús de los que recorre la panamericana. Los autocares eran bastante cómodos aunque resultaba curioso que en cada parada que hacían, subían al interior del vehículo todo tipo de personas vendiendo frutas, refrescos, recitando poemas, etc. Lo más inquietante era la velocidad con la que tenían que vender o recaudar el dinero ya que el chofer no esperaba. En alguna de las paradas, alguno de los vendedores quedó atrapado dentro del autobús y tras varios metros de marcha, consiguieron que el chofer les abriera las puertas para que bajen.

Tras un viaje tranquilo, el Sr. Greenshoot puso pie en Cañete. Los carteles que lo anunciaban lo llamaban la cuna del arte negro. Por lo que pudo enterarse el Sr. Greenshoot, en Cañete hubo mucha concentración de esclavos procedentes de África, de ahí lo del arte negro.

No tuvo mucho tiempo el Sr. Greenshoot de conocer Cañete ya que su autobús hacia Santa Cruz salía al de unos minutos.

La “estación” de autobuses de Cañete era un lugar increíble. La calle parecía haber sufrido un bombardeo. A los lados de la misma, se agolpaban tenderetes construidos con todo tipo de materiales en los que se vendía todo tipo de productos imaginables. Los automóviles que circulaban por esta calle eran verdaderas joyas de la mecánica, aparatos con cuatro ruedas que, incomprensiblemente, funcionaban.


Los autocares que hacían el trayecto Cañete – Santa Cruz no desentonaban de la calle en la que se encontraban y nada tenían que ver con el que venia desde Lima.

Se trataba de una especie de camionetas con cabina reducida donde la gente se hacia hueco como podía. Si llegabas a tiempo y pagabas más, podías acceder a un asiento dentro de las cabinas. Dicho asiento era de tamaño reducido y en algunos casos se trataba de un banco de madera.


Si el billete era de los baratos la cosa era más seria. Tenías derecho a montarte en el cajón del “autobús” y agarrarte a la barra que lo recorría de delante a atrás.

El Sr. Greenshoot compró un billete caro ya que había oído que el viaje era largo y por carreteras muy malas.

Antes de comenzar el viaje el Sr. Greenshoot observó como la gente que accedía al cajón del autocar, se ataba una de las manos al palo que lo recorría longitudinalmente. Un hombre le explico que como el viaje era muy largo, la gente se ataba al palo para no caerse del cajón. Era normal que con tantas horas de viaje y con el sol pegando de lleno, la gente que viajaba en el cajón acababa durmiéndose y sino ibas atado era fácil terminar en la carretera después de un tremendo golpe.

Después de oír eso, el Sr. Greenshoot, estaba mas convencido de que había hecho bien comprando el billete caro.

Al subir al “autobús”, el Sr. Greenshoot, vio que sus piernas no cabían en hueco del asiento que le había tocado. Probó varias posturas para tratar de colocar sus piernas de forma adecuada pero resultó imposible. Con tanto movimiento y viendo que el asunto se ponía feo, su cuerpo comenzó a sudar de forma incontrolada. La situación fue empeorando al ver que el “autobús” se llenaba de gente con bultos inmensos que ocupaban el poco espacio que quedaba libre entre asiento y asiento. El Sr. Greenshoot no sabía qué hacer, sus piernas cambiaban de un lado a otro intentando encontrar un punto donde el resto del cuerpo no sufriera. El sudor y el agobio iban en aumento. En ese asiento no cabía y había pagado el billete caro, era el momento de quejarse.

- Perdone señor.- le dijo el Sr. Greenshoot a su compañero de asiento- ¿me deja salir?... es que no quepo en este asiento y voy a hablar con el chofer a ver si me cambia.

El hombre de al lado era un campesino de edad indefinida que portaba un enorme sombrero de paja. Le miró y sin decir nada se apartó mínimamente para que el Sr. Greenshoot pudiera salir. Cuando por fin pudo salir de la cabina, el Sr. Greenshoot, vio cómo su asiento fue ocupado por una señora que llevaba unas gallinas.

- ¡Eh! ¡Mi asiento!... – gritó desde fuera. Rápidamente buscó al chofer y le explicó su problema.

Tras mucho debatir y exigir sus derechos de europeo descolocado, el Sr. Greenshoot, terminó en el cajón del “autobús” agarrado al palo. La solución no era la mejor, pero visto lo visto le pareció la menos mala.
El viaje iba a ser un horror... 

viernes, 24 de junio de 2011

Anchoas

Hay ciertas cosas que no se sabe porqué recuerdan a la infancia: el sonido de un tenedor golpeando rítmicamente un plato mientras batimos un huevo, el ruido del exprimidor de naranjas eléctrico, el sonido de la válvula de una olla a presión… son sensaciones que nos trasladan en el tiempo, momentos que han quedado grabados en nuestra memoria.

Una de esas sensaciones es el olor de una casa después de freír anchoas. Cada vez que frío anchoas, recuerdo mi infancia. Ese olor a pescado, harina y huevo que inundaba la casa a la hora de cenar, las quejas por las diminutas espinas y los discursos sobre la importancia del fósforo para el desarrollo de nuestros cerebros.

Como ya he dicho en muchas ocasiones, el tiempo va educando nuestro paladar y muchas cosas de las que nos quejábamos de pequeños, son ahora manjares sin los cuales no podemos vivir.

Hacia tiempo que no comía anchoas, pero últimamente parece que abundan en los mercados y ya las he probado en varias ocasiones.


Desgraciadamente cada vez hay menos y parece que se debe a las técnicas actuales de pesca. Antes se respetaban los tiempos para cada especie, después del verdel se pescaba la anchoa etc., cada especie tenía su época. Hoy en día se pesca de todo durante todo el año, de manera que las especies se agotan.

La anchoa es una de las especies que la Unión Europea ha tenido que proteger con una parada biológica (2005-2009) para evitar su desaparición. Tras esa parada parece que la anchoa del Cantábrico se ha recuperado un poquito.

A este pececillo también se le conoce con el nombre de boquerón, bocartes o anchovetas y andan por el Atlántico, Pacífico, Índico y en el Mediterráneo. Los fenicios fueron los primeros en prepararlo en salazón y los griegos fueron los encargados de extenderlo por Europa.

Por lo que he leído, parece ser que la flota vasca (Puertos de Bermeo y Ondarroa) es la que más anchoa recoge, aunque la región conservera de la anchoa por excelencia es Cantabria, lo que no impide que Asturias, Galicia y el País Vasco también elaboren pequeñas cantidades de esta semiconserva.

La técnica de salazón se inicio a finales del siglo XIX de la mano de artesanos venidos de Italia después de la segunda guerra mundial, que enseñaron a los lugareños las técnicas de salazón y conserva de la anchoa. Esto hizo que hoy en día poblaciones como Santoña (Cantabria, España) tengan la mayor concentración de industrias de semiconserva del país.

Se llama semiconserva porque no están esterilizadas, por eso las anchoas en lata, bote o lo que sea, están siempre en cámara a baja temperatura.

Pero en esta entrada no voy a hablar de las semiconservas, voy a enseñaros DOS formas de preparar unas anchoas.

Lo primero para preparar unas anchoas es tener un amigo o amiga en la pescadería, alguien que te haga el trabajo más importante: limpiarlas bien.

Si no tienes mucha confianza en el lugar donde vas a comprar las anchoas, no pidas muchas. Normalmente, lo digo por experiencia, no suele gustar mucho a los pescateros y pescateras que les pidas un kilo y medio de anchoas y que “por favor me las limpies”. Normalmente te las limpiaran mal ( generalizando).

Si la anchoa es pequeña, además de cabeza y tripas, se le puede quitar la espina central, de manera que quedan totalmente abiertas. Si el bicho es un poco más grande o no eres cliente habitual, es fácil que no le quiten la espina central, con lo que la anchoa quedará “cerrada”.


Este es mi caso, al parecer y a juzgar por la cara que puso, no le sentó nada bien a la pescatera tener que limpiar kilo y medio de anchoas. Así que no sé si mis anchoas eran grandes o que no hubo interés en abrirlas más.

Para la primera elaboración sólo hacen falta las anchoas, harina y huevo batido.



Cubrimos de harina nuestros pececitos y una vez embadurnadas del blanco polvo, las sumergimos en huevo.


Escurrimos un poco el exceso de huevo y a la sartén con el aceite caliente.


A mi no me gusta dejarlas mucho tiempo porque me da la sensación de que se secan, prefiero dejarlas casi sin hacer que pasarme.


 Esta forma es la que más he visto en mi casa y la que me recuerda a mi infancia.

La otra forma de hacer las anchoas es una que vi en el programa de TV “ Robin Food” de David de Jorge, que me pareció interesante y que tenían que estar muy buenas. Para el que no conozca este programa os dejo este link: http://www.daviddejorge.com/

La cosa es bien sencilla, pero la clave es tener el aceite muy, muy caliente. La cuestión es poner unos dientes de ajos bien picados y una guindilla o dos en la sartén.



Cuando los ajos se doren, añadir las anchoas bien secas para que no salte todo por los aires. Dejarlas unos veinte segundos y sacarlas. Repito que la clave es tener el aceite humeando, porque sino las anchoas se recuecen en vez de recibir un golpe de calor para que queden tiernas.



Disfrutad de las anchoas y cuidado con las espinitas que alguna siempre se clava, por si acaso tened siempre a mano un poco de pan y una buena botella de vino.


http://www.anchoas.com/
http://ideasana.fundacioneroski.es/web/es/07/anchoas/

martes, 14 de junio de 2011

Empanadillas

La empanadilla es un clásico muy apropiado para las “cenas recurso”. Cuando no sabemos que hacer para cenar, recurrimos a la cómoda opción de buscar en el congelador una bolsa de croquetas o empanadillas. Aunque es más común la primera opción (croquetas), la empanadilla se convierte en una variable muy interesante para no repetirse como el ajo, además, hace tiempo que existen unas de tamaño “mini” que son perfectas para no irse lleno a la cama.


La pena es que nos hemos acostumbrado al sabor de las empanadillas congeladas que, además de ser muy cómodas, no tienen nada que ver con el sabor de las empanadillas hechas antaño. 

Las empanadillas son muy famosas por muchas cosas; una, porque son mas viejas que Matusalén, y otra por los humoristas “Martes y Trece”. En casi todas las páginas que he visitado con información de este producto, hay referencias a las empanadillas de Móstoles.

Por lo que he leído, el origen de la empanadilla está en la pasta filo. Esta pasta es muy antigua y era muy apreciada por la dificultad que suponía su elaboración. Era muy habitual en la cocina árabe y judía, y se utilizaba tanto para elaboraciones saladas como dulces. Parece ser que en la península ibérica eran un producto muy común, un símbolo de la cocina local, pero la dificultad a la hora de elaborar la masa y su origen árabe-judío, hizo que fuera desapareciendo de los menús.

Después de siglos en los que las empanadas y empanadillas han ocupado lugares destacados en las mejores mesas, hay millones de recetas. Pero parece que la más famosa y común es la rellena de atún, tomate frito y huevo picado.

Hoy en día muy poca gente se pone a elaborar la masa de las empanadillas, pero existen en el mercado masas precocinadas que son muy buenas. Yo recomiendo las de “La Cocinera”, (tampoco conozco muchas más), son bastante finas de grosor y de sabor.



Hacer empanadillas es muy sencillo, la clave es hacer un buen relleno y tener cuidado a la hora de cerrar el invento.

Mis ingredientes son muy básicos, tomate y atún. En este caso no le he añadido huevo porque no había tiempo parta cocerlos, era tarde y había que dar de cenar a niños rápidamente.





La cosa es bien sencilla: mezclar el atún con el tomate y poner un poco en cada oblea. La palabra oblea da gozada, es una palabra que envuelve, que protege, que da sabor.


Hay que tener mucho cuidado en la cantidad de relleno. Con una cuchara de postre no muy llena, vale. Si pones más relleno del que puede recibir la oblea, vas a tener problemas, se va a romper. Y no hay cosa más absurda que una empanadilla rota.

Dicen que hay un truco para no pincharlas durante el manipulado, y es, cerrarlas envueltas en el papelito en el que vienen y sellar el borde con un tenedor, luego se quita el papel.


Yo soy más primitivo y las cierro y sello directamente sin papel. Es verdad que alguna se me ha pinchado, pero bueno… hay muchas que tienen una pinta estupenda ¿no?


Normalmente las empanadillas se fríen en aceite, no demasiado caliente para que no revienten, y luego se dejan reposar en un plato con papel absorbente para eliminar el aceite que sobra. De esta forma están muy buenas, pero he descubierto que resultan más interesantes (y más sanas) hechas al horno.

Una vez que las hemos cerrado y sellado con el tenedor, pasamos a la fase de pintura. ¡Por fin! puedo mostrar uno de los elementos del utillaje de la cocina que considero imprescindible, si lo que se quiere es dar un salto cualitativo a la hora de cocinar. Estoy hablando, nada más y nada menos que de la brocha. Sin brocha no eres nada en la cocina. Unas empanadillas sin un brochazo de huevo batido no son nada. Los brochazos de huevo van a aportar a nuestras empanadillas personalidad, fuerza, contundencia, sabor y presencia, y además un brillo y color de lo más coqueto.





Cuando tengas todas bien pintaditas, al horno. La temperatura alta pero sin pasarse, unos 180-200 grados.Si lo ves necesario, puedes darles la vuelta para que se hagan igual por todas partes. El tiempo nos lo marcará la textura de la empanadilla, cuando estén bien doraditas se sacan.


El resultado es este, unas empanadillas bien doradas y crujientes sin una pizca de aceite.


Las empanadillas sin aceite no llenan tanto como sus hermanas las aceitosas. Quizás la primera vez que las pruebas, hechas en falta ese regusto al aceite, pero una vez que te acostumbras, tu vida comienza a ser otra. Bocados mas crocantes…, secos, llenos de sabor. Una experiencia única que no debes dejar de probar.


Hay millones, pero os dejo algunas páginas donde vienen recetas de empanadillas alucinantes.

http://www.enciclopediadegastronomia.es/




miércoles, 8 de junio de 2011

Neveras

En “Wikipedia “dicen que; la nevera, refrigerador, frigorífico o heladera, es el electrodoméstico más común del mundo. Allí donde haya electricidad hay una nevera, refrigerador o heladera.

Yo creo que es el electrodoméstico en mayúsculas, el aparato que da sentido a un hogar, el lugar donde se esconde todo aquello que nos hace sobrevivir y disfrutar.

Este homenaje a la nevera se debe a los consejos de un compañero de trabajo que me animó a hacerlo. “La nevera es una temazo”, me dijo. Y tiene razón porque es un aparato que dice mucho de nosotros y nuestras costumbres.

Por mucho que parezcan todas iguales, cada nevera es un mundo, tanto por fuera como por dentro. Hay neveras de todo tipo, y desde el momento que elegimos una, estamos proyectando nuestra personalidad en ella. También es cierto que normalmente nunca compramos las cosas que nos gustaría tener. A todos nos gustaría tener una nevera muy grande, con dos puertas, dispensador de agua fresca y hielo troceado, pero…

La nevera es un lugar digamos que “intimo”. Cuando visitas la casa de un amigo o conocido, y tienes acceso a su cocina, es normal echar un vistazo a la decoración, los muebles… y a la nevera. No hay nada más interesante, que abrir la nevera de una casa ajena. Es una acción indiscreta, una especie de invasión en la intimidad de ese hogar. Normalmente, cuando vamos a coger algo de la nevera de una casa que no es la nuestra, pedimos permiso. Necesitamos que el dueño de la nevera nos dé su autorización para abrirla.

Al abrir una nevera ajena nos fijamos en muchas cosas. Primero buscamos la lata de cerveza que hemos demandado, pero inmediatamente después miramos todo lo que hay, o no hay. También observamos dónde están las cosas y las comparamos con la disposición de las nuestras. Una nevera rebosante de cosas apetecibles siempre da envidia, y una con muchos huecos y productos desinflados genera desazón. Por eso es importante tener la nevera presentable cuando tienes visita en casa o anunciar, antes de que nadie la abra, que esa semana no has tenido tiempo de hacer la compra, que eres un desastre, que ya pedimos algo, etc., etc. En las fotos que os muestro, mi nevera está, digamos que, poco interesante…

Por fuera, en casi todas las casas, la nevera se ha convertido en un pequeño tablón de anuncios o en una agenda. En la puerta de una nevera podemos leer todo tipo de avisos, horarios, quedadas, teléfonos de interés, podemos ver recortes de ofertas, recetas, etc. Además todos estos papeles están atrapados por imanes de todo tipo.



En el caso de mi nevera, además de avisos, fechas, calendarios, tickets, ofertas y demás, hay pegatinas que decoran las diferentes alturas a las que llegan mis hijos.

Mi nevera es bastante vulgar pero “no frost”, que sino no eres nadie. Soy de los que piensa que no merece la pena gastarse mucho dinero en aparatos que duran 5 años, que en caso de avería ya no se arreglan porque resulta más caro el arreglo que comprar uno nuevo. Y puesto que todas se fabrican en el mismo lugar, o con piezas fabricadas en "ese" mismo lugar, decidí buscar la que por dentro más me convenciera.


Cada ser humano tiene sus manías a la hora de ordenar las cosas, por eso es importante que la nevera, por dentro, satisfaga tus inquietudes. Para mí es importante la ausencia de obstáculos: botellero, bandejitas, estructuras plásticas, etc. Y me gusta la simpleza en la botonería. Es decir, yo pongo la nevera al 6 sobre 10 y me olvido, no me gusta que tenga posición de invierno, posición predominio de verduras, posición verano…


En la puerta existen las clásicas baldas para la botellas, los huevos, las latas abiertas que no sabes donde colocar, y siempre hay una balda con cosas que no se usan casi nunca pero que “tienen” que estar ahí. En una de mis baldas hay una mermelada que lleva más de un año sin que nadie la pruebe, creo que unas alcaparras, una crema hecha con plantas medicinales y una mostaza que nunca se acaba. Periódicamente, cuando hay compra grande, esta balda se llena de novedades, pero al final siempre quedan las mismas cosas.

Fundamental la colocación de las cosas según la balda. Para mí, la situación de la luz condiciona todos los espacios. Es importante que llegue luz a toda la nevera. Normalmente, cuando has realizado la compra del siglo, la nevera tiende a quedarse en penumbra, ya que las hojas de lechuga “tapan” la luz, esa situación me produce estrés. Lo llamo el estrés de la nevera llena. Cuando la nevera está llena se tiende a vaciarla, es decir, se consume más rápido, tienes la sensación de que hay que hacer hueco. Si la nevera esta vacía y llena de luz, consumes menos, no hay que hacer hueco… cosas de uno.


Dejo aquí mi primera reflexión sobre la nevera, otro día hablaré de la importancia de quitar los cartones de los yogures, del universo de los cajones de verduras y frutas, de las bandejas de los hielos y su problemática, de los resto de comida que aun sabiendo que jamás serán consumidos pasan una temporada en la nevera y de otras muchas cosas que ocurren en nuestras neveras.

jueves, 2 de junio de 2011

Durango, el bombardeo

El origen de este tema puede parecer absurdo, pero surge cuando tengo que acompañar a mi hijo (10 años) a un partido de balonmano que jugaba en Durango (Vizcaya).


Otro día hablaré de porqué, hoy en día, los padres tenemos que ir a ver a nuestros hijos practicando deporte. Antes hacíamos deporte extraescolar y nuestros padres se quedaban en casa. Es más, el muchacho al que le iba a ver su padre era un “pringao”, un mimado que tenía a su padre encima. Hoy en día es al revés, tienes que ir, porque sino eres un mal padre… En fin… ya hablaré del asunto.

De lo que voy a escribir es, desgraciadamente, algo mucho más dramático.

Aunque está cerca de donde vivo, hacía tiempo que no visitaba Durango. El caso es que mi hijo jugaba en el colegio de los Jesuitas, que está en el centro del pueblo. Al entrar en el recinto, me vino a la memoria las imágenes de un documental que hace tiempo realizamos en la productora que trabajo.

Era sábado y al ver la torre de la iglesia, la plaza, la fuente, la gente… mi cabeza comenzó a imaginarse aquel lugar hace casi 75 años.

El 31 de Marzo de 1937 la villa de Durango fue bombardeada dentro del contexto de la guerra civil española. La peculiaridad del bombardeo de Durango es que fue el primer bombardeo civil de la historia. Es decir, fue la primera vez que el objetivo del ataque no era militar, lo que interesaba era cargarse a la población.

Aunque el bombardeo de Gernika sea el más “famoso”, en Durango el “experimento” fue mucho más sanguinario y además el primero.

La acción fue un ensayo para probar cómo funcionaban lo aviones a la hora de arrasar núcleos urbanos. Viendo que la cosa funcionaba, repitieron en Gernika, en Alicante y en Madrid.

Al principio se pensó que eran aviones alemanes pero pronto se supo que se trataba de una escuadrilla italiana. Creo que hace poco se han encontrado fotos que demuestran que fue una prueba para posteriores bombardeos. El bombardeo comenzó a las 8:45 y se realizaron dos pasadas. En la operación murieron 294 personas.

Al parecer en la primavera de 1937 el general Mola, viendo que no puede entrar en Madrid, decide arrasar la zona norte. Para ello hicieron una primera prueba con Durango, dejando caer sobre la población unas 80 bombas de 50 kilos cada una.

Al entrar con mi hijo al colegio de los jesuitas, me vino a la cabeza las imágenes de las recreaciones que se hicieron para el documental. Imaginaba los aviones pasando por encima de las torres que hacia años fueron bombardeadas.

La iglesia de Santa María, el colegio de los Jesuitas y el convento de Santa Susana son destruidos. Tras las bombas los cazas van realizando ametrallamientos sobre la población.

Al entrar al colegio de los jesuitas, me imaginé la mañana en el que un par de soldados ven a lo lejos cinco aviones bombarderos y nueve cazas. Cómo dan la alarma y cómo comienza el desastre. Parece ser que la gente estaba acostumbrada a que sobrevolaran aviones para inspeccionar el frente o dejar caer propaganda bélica, nadie imaginaba que iban a bombardear. Pero aquel día los toques de campanas en señal de alarma eran distintos. La gente comenzó a escaparse al monte.

Muchas personas se encontraba oyendo Misa y casi todas murieron. En el documental se cuenta la historia del monaguillo que estaba en la parroquia de Santa Maria cuando se produjo el bombardeo. El monaguillo murió y se convirtió en un símbolo que aparecía en carteles de propaganda.





Después de ver las imágenes, te imaginas hoy en día corriendo por el monte con tus hijos en brazos, escapando de las balas. El pueblo donde vives destrozado por unos aviones que te persiguen… Parece mentira, pero ha sucedido y además en el mismo lugar donde estuve viendo a mi hijo jugar tranquilamente su partido de balonmano.