martes, 27 de noviembre de 2012

Tortilla de patata de crisis


La verdad es que la situación económica actual es bastante desalentadora. Nuestros queridos dirigentes y los mas sesudos analistas, auguran un 2013 de escalofrío. Vamos, que lo mejor es meterse en la cama el 1 de enero al oír las campanadas y no salir de ella hasta el año siguiente.


Con este panorama, es normal que el ambiente que se percibe en la calle sea de poca alegría. Yo no tengo ni idea de economía, pero no hay que ser muy lince para darse cuenta que este tipo de anuncios no favorecen en nada a que la cosa mejore. Vamos a pasar de vivir por “encima de nuestras posibilidades” (como dicen algunos) a no gastar nada de nada porque no se tiene o por si acaso.


Y uno se sorprende cuando lee este tipo de noticias porque los grandes estamentos de análisis y control, han demostrado su incapacidad de detectar lo que la gente en la calle ya percibía. Me llama la atención escuchar frases como “cuando firmas una hipoteca ya sabes donde te metes” cuando monstruos como "Lehman Brothers" están donde están. O cuando informes de 2011 del Banco España muestran un cuadro en el que se muestra a BFA-Bankia por encima de Santander, BBVA y Popular en ratios de solvencia.


Si los grandes analistas y controladores del sistema no saben por donde les da el aire, pueden ocurrir dos cosas; o nos engañan o no tienen ni idea, que no sé cual es peor. Pero lo que no pueden pretender, es que el resto de los mortales actuemos con criterio económico, cuando son ellos los que marcan nuestras tendencias y no hacen mas que errar en sus pronósticos o lanzar mensajes tan tremendistas. En fin, que lo tenemos claro.


Dicho esto no se me ocurre otra cosa para animarme que hacer una tortilla de patata. Sé que me meto en un terreno muy peligroso, porque todo el mundo tiene un truquillo para hacer que sus tortillas sean las mejores del mundo. Yo he de reconocer que no consigo hacer una tortilla igual, no le tengo cogido el truco, pero a pesar de ello me atrevo a cocinarla y a veces doy en el clavo.

He buscado un poco el origen de este manjar y la conclusión que he sacado es que mucha gente se lo quiere atribuir.

Parece que todo empezó en  América, donde las crónicas de 1519 ya hablan de tortillas elaboradas por los lugareños hechas con huevos de ave. Pero el primer documento donde el huevo se mezcla con la patata, es de origen navarro y esta fechado en 1817. Se trata de un anónimo dirigido a las Cortes de Navarra donde se explicaban las míseras condiciones en la que vivían los agricultores de la zona, y donde explicaban que para inflar la tortilla le añadían unas patatas para que cunda más. 

Además de esta historia, existe otra leyenda que asegura que fue el General Tomás de Zumalakarregui quien durante el sitio de Bilbao promovió la tortilla de patata al ser un plato rápido, sencillo y nutritivo. La leyenda también dice que el general aprendió dicha receta de una señora navarra, que no teniendo nada que ofrecerle para comer, decidió mezclar huevos, cebolla y patata. Pero aquí no termina el asunto, porque también existen teorías que sitúan su origen en tierras extremeñas o en las manos de un cocinero aragonés  que en 1935 publicó la receta de lo que más se parece a la tortilla actual. 

De lo que no cabe duda es que es un plato de vital importancia en nuestra gastronomía y que muchas veces hablar de tortilla de patata es hablar de mucho más que comida.

Los ingredientes son sencillos: huevos, patata, aceite y, en este caso, cebolla. Aquí puede empezar la discusión, porque hay diferentes corrientes de opinión entre la versión sin cebolla y con cebolla. A mi me gustan las dos, pero para cocinar me parece más interesante con cebolla.


No voy a entrar a valorar el tipo de patata, ni el aceite, ni cosas por el estilo, ya que cuando hacemos una tortilla de patata lo que estamos cocinando es un momento de placer, un plato sinónimo de cumpleaños, de fiesta, de merendola o cena apetecible...

Hace tiempo yo era partidario de cortar la patata en cubitos, pero la presión a la que he sido sometido durante años ha podido conmigo, y he pasado a cortar la patata en rodajas finas.


Una vez que las patatas están cortadas les añado un poco de sal. Luego en una sartén pongo abundante aceite de girasol a temperatura suave e introduzco primero la cebolla picada bien fina y un poco más tarde las patatas. 


Hay gente que calcula su cocción a tiempo, yo prefiero usar el tacto y cuando veo que la patata se comienza a deshacer, escurro la deliciosa masa que se forma y la mezclo con el huevo.   


La proporción suele ser un huevo por patata, pero esto va a depender del tamaño del tubérculo.

En la misma sartén en la que hemos cocinado la patata, terminaremos la tortilla. Hay que quitar exceso de aceite, dejando el justo para que nuestra tortilla no se pegue. Si dejamos más de la cuenta corremos el riesgo de que nos salga una tortilla aceitosa.

Una vez que veamos que la tortilla está hecha, llega el momento mágico de darle la vuelta. Yo creo que la clave para que esta acción sea un éxito es la velocidad de volteo. Cuando más rápido es el movimiento, mejor. Si hay dudas en la acción, es fácil que la masa de huevo y patata se nos escape y la liemos. No hay cosa más deprimente que ver como la mitad de la tortilla se desparrama por los fogones.


Una vez le hemos dado la vuelta, veremos el color de la cara que ya se ha hecho, y en función de su tonalidad calcularemos el tiempo necesario para la otra. Aquí ya entran los gustos, hay quien le gusta muy blanquita y cruda por dentro, más tostada y más hecha…  en fin todo un mundo de gustos en los que es difícil opinar o dar consejos.


Al final la cuestión es conseguir un plato muy sencillo, pero que al prepararlo y disfrutarlo conseguimos algo más que una comida.


Aprovechemos a comer tortillas de patata, que tal y como está la cosa, a saber si el Banco Central Europeo decide quitárnosla. 

jueves, 8 de noviembre de 2012

Pinchos y Gildas

En esta época de penosas noticias económicas es importante encontrar pequeñas cosas con las que motivarse. Buscando, al final, es fácil encontrar alguna. Para mí una de esas cosas es saber que el fin de semana tengo un festejo en el que hay que cocinar para gente distinta de la habitual y que además son un montón. Sé que suena bastante vulgar pero no hay cosa más entretenida que estar pensando durante la semana en el menú, las cantidades, las bebidas, la comida de niños, los postres, el aperitivo, etc. Además, una comida con mucha gente y en fin de semana es sinónimo de reunión, de risas, de momento agradable… Y este fin de semana tenemos en casa celebración familiar, y para que no cocinen los mismos de siempre, hemos decidido hacer un concurso de “pinchos” o “tapas”.  Por eso llevo toda la semana pensando en millones de pinchos que me gustaría hacer y aun no me he decidido, creo que esto es la parte más chula de cocinar. Es como cuando quieres comprarte algo, miras, buscas, preguntas, comparas… y una vez que lo consigues  la emoción ya no es la misma. Si todo va bien sacaré fotos de los pinchos que tengo pensado elaborar.


Y hablando de pinchos o tapas, me he acordado del rey (en este caso reina): la mítica “Gilda”
Dice la leyenda que la “Gilda” nació en San Sebastián y que fue un invento de un cliente que lo propuso a los dueños de un bar. Su nombre está ligado al estreno de la película del mismo nombre, dicen que por “verde, salada y picante”. El caso es que tuvo éxito y pronto se extendió hasta convertirse en un clásico de todas las barras de miles de lugares. El manjar es bien sencillo: un palillo, aceitunas, guindillas, anchoas en salazón y un buen aceite.


La clave de una buena “Gilda” (como siempre) es la calidad de sus ingredientes. De los tres para mí el más importante es la anchoa. Una anchoa muy salada puede estropear este bocado delicioso. Aunque tampoco hay que descuidarse con las guindillas.


Los pescados en salazón se comenzaron a hacer en Fenicia para luego pasar a los griegos que lo expandieron por toda Europa. Las anchoas se consumen en conserva y también son utilizadas para la elaboración de harinas de pescado.

Curiosamente en el País Vasco es donde más anchoa se recoge, pero sin embargo la región conservera por excelencia es Cantabria. Parece ser que la llegada de italianos a finales del SXIX a las costas cántabras en busca del preciado pez, hizo que poblaciones como Santoña tengan la mayor concentración de de industrias de semiconserva de toda España.


La elaboración de anchoas es una delicada obra artesanal. Primero hay que salarlas, luego prensarlas, después dejarlas reposar cuatro o cinco meses que es cuando se ponen rojizas, pasado ese tiempo se secan, se abren y se retira manualmente la espina, se cortan en dos filetes y se envasan. Un trabajo de chinos. Se llaman semiconservas porque no has sido esterilizadas y por eso hay que conservarlas en frío.  


Siempre es un gusto coger una “Gilda” untarla bien en aceite, meterla en la boca y al masticar notar esa explosión de sabor que hace que todas las glándulas salivares entren en acción y saborear de esa forma uno de los pinchos que ha superado las modas y sigue en la brecha siendo uno de los mejores.


Mientras sigo pensando en que pinchos elaborar, voy a degustar comida de entre semana, más básica pero saludable. Otro día hablaremos del brócoli.