martes, 29 de marzo de 2016

Procesiones 2016

Como casi todo en esta vida, las procesiones religiosas ya las celebraban los griegos y los romanos en el albor de los tiempos. Parece que los romanos celebraban cinco procesiones  a lo largo del año,  cada una de ellas dedicada a un tema relacionado con sus dioses.


Por lo que cuentan, no es fácil saber cuando comienzan las procesiones en el cristianismo pero todo parece indicar que fue en la Edad Media cuando comenzó el asunto. En esa época es cuando aparecen las imágenes religiosas como instrumentos educativos para acercar la religión al pueblo.


A raíz del Concilio de Trento (que duró unos 23 años… y se decidieron un montón de cosas)  la Iglesia ve en las procesiones un importante instrumento de evangelización y persuasión donde la imagen visual tiene más fuerza que la lectura de relatos bíblicos.


La indumentaria típica de las procesiones es el capirote y la túnica. Parece ser que esta vestimenta es una evolución del capirote que se ponían a las personas que debían hacer penitencia pública dictada por la Inquisición.


Era un cono de papel cubierto por una tela que acompañaba al sanbenito, un saco que a modo de escapulario se ponían los señalados por la Iglesia como pecadores. El nombre de sanbenito viene de la evolución de saco bendito… eso dicen.


Lo malo del sanbenito es que era para toda la vida. Incluso muerto el hereje, la prenda se colgaba en la Iglesia con el  nombre y apellido de su antiguo dueño. Las familias quedaban marcadas para siempre porque el castigo se transmitía de generación en generación. Hasta mediados del siglo XVIII esta costumbre no desapareció. 






En la actualidad, durante la Semana Santa las calles de muchas ciudades y pueblo se llenan de procesiones que en ocasiones impresionan por el  silencio, los tambores, la  gente descalza… por la sensación de estar rodeado de miembros del Ku Kux Klan… aunque por lo que he leído la vestimenta de unos y otros nada tiene que ver. 


sábado, 6 de febrero de 2016

Mundaka y Pastel Vasco

No podía correr más. Hacía tiempo que el sonido de los cuernos inundaba toda la comarca, era el aviso de peligro. Las noticias que llegaban no eran muy buenas. Los leoneses avanzaban y a su paso no dejaban nada. Algunos comerciantes los habían visto muy cerca, en las tierras de los Sámanos (Castro Urdiales) y nada los iba a detener.


Tras la carrera, la fatiga apenas dejaba levantar la cabeza y mirar al mar. Era temprano y la bruma confundía el horizonte. Pronto comenzó a adivinarse una embarcación. No era la primera vez que veían una nave como aquella, pero nadie recordaba algo tan grande, aquello era diferente, más velas, más remos…  

Al ver que la embarcación dejaba la isla de Izaro a estribor y se acercaba a tierra, la gente comenzó a asustarse. Los mayores no esperaron más y, nerviosos, prepararon la defensa. Escudos, espadas, lanzas… la tranquilidad de la aldea quedaba rota por el choque metálico de las armas. Mientras, las mujeres corrían en busca de sus hijos para esconderse en las zonas altas del bosque. No era la primera vez que luchaban.


La nave estaba muy cerca, pronto llegaría a tierra, pero la actividad a bordo no era la de un ataque. La cadencia de los remos era relajada, el movimiento de la tripulación sosegada, las maniobras con el trapío cuidadosas, parecía que aquel barco llegaba a tierra amiga.

Podía ser una trampa, nadie se confiaba y todo el mundo esperaba agazapado el momento del asalto. Por fin la nave se detuvo, varios hombres arriaron un bote en el que montaron varias personas. Estaba claro que no era un ataque, al menos de momento.

La tensión inicial dejaba paso a la curiosidad. Varios hombres salieron de sus escondites para acercarse al muelle a recibir a aquella extraña visita.

Rápidamente se corrió la voz. En aquel bote además de los hombres que remaban, viajaba una hermosa mujer vestida de blanco, con largos cabellos rubios y tez pálida. Algunos al verla huyeron asustados recordando viejas historias de seres mágicos que llegaban desde el mar. La realidad era bien distinta y días más tarde se supo la  verdadera historia.


Aquella mujer era hija del rey de Escocia, que para protegerla de las guerras, mandó que viajara hacia el sur en busca de tierras más tranquilas. La casualidad y las mareas hicieron que llegara a Mundaka, y viendo que aquel paraje era tranquilo, decidió atracar para descansar y reponer las bodegas antes de seguir su viaje. Pero lo que iba a ser una corta estancia fue alargándose. Las semanas pasaban y aquella mujer no se marchaba, aquel lugar le había gustado. La leyenda dice que una noche de viento sur, durmió con ella un diablo al que llamaban “El Señor de Casa” y quedó embarazada. Al tiempo tuvo un niño muy rubio y de piel muy blanca que la gente de la aldea  llamó Zuria (blanco).
El pequeño Zuria creció rodeado de un halo de misterio y con los años se convirtió en un gran guerrero muy conocido y respetado en toda la comarca.


Mientras todo esto ocurría, el Rey de León seguía avanzando y arrasando el territorio de Bizkaia. Tal era la amenaza que incluso algunas tropas leonesas habían conseguido adentrarse hasta llegar al Basigo de Bakio. Viendo los vecinos de Mundaka que el enemigo estaba muy cerca, decidieron unirse al señor de Durango para luchar contra los leoneses en un lugar conocido como Padura.

Aquella batalla no fue una cualquiera. Un hijo del rey de León dirigía un numeroso ejército, y no quiso entrar en batalla formal a no ser que alguien con sangre real dirigiera a su enemigo.


Nadie en la comarca, ni en toda la región tenía sangre real… excepto el joven Zuria. Con 22 años recién cumplidos Zuria fue nombrado capitán de los ejércitos de Bizkaia. Su sangre real dio luz verde a la batalla y motivó sobremanera a sus vecinos de Mundaka.


Tras una dura lucha, el hijo del rey de León fue derrotado y sus hombres fueron perseguidos y expulsados hasta el árbol de Luyando, limite de los territorios. El lugar de la batalla pasó a llamarse Arrigorriaga (arri= piedra, gorri=rojo) por la sangre derramada y Zuria pasó a convertirse en Jaun Zuria (Señor Blanco) proclamado por los vizcaínos Señor de Bizkaia,  por ser un gran guerrero, asumir el mando y conseguir la victoria sobre el enemigo.


Desde entonces hasta ahora, Jaun Zuria no deja de hacer surf en las olas de Mundaka. Su espíritu recorre toda la zona de la desembocadura de la ría protegiendo a los vizcaínos. 


Y cuando descansa, se acerca a la Ermita de Santa Catalina, lugar mágico en el que recuerda a su madre rubia y vestida de blanco.


Después de esta historia de leyenda e inventiva, lo mejor es comerse un pastel vasco o gateau basque… porque el origen de este sabroso postre es en Francia. Se cree que su origen es en el S. XVIII y se empleaba harina de maíz. Hay constancia que mucho antes se hacía algo parecido pero utilizando harina de mijo que se llamaba “etxeko bizkotzak” pero los comerciantes que recorrían la zona ante la dificultad del nombre, terminaron llamándole el pastel de los vascos o gateau basque.

Antiguamente el pastel vasco no llevaba relleno pero con el tiempo se le puso un relleno de frutas del bosque, mermeladas o la actual crema pastelera. Hay miles de formas de hacer un pastel vasco, yo lo voy a rellenar de crema pastelera.

Para hacer este pastel vasco hace falta.   

Para la masa: 225 gr de harina. 200 de Azúcar. 200 de mantequilla. 1 cucharadita de levadura. 2 huevos. 1 yema y si se tiene (que no es mi caso) ralladura de limón.


Para la crema: ½ litro de leche, 5 yemas, 75 gr de Azúcar. 20 gr de Harina. Esencia de vainilla.


Dicen que lo primero para hacer este pastel es tamizar la harina (colarla) y mezclarla con la levadura. Luego mezclar el azúcar con los huevos y la yema.




Más tarde añadir la mantequilla en punto de crema, que se deshaga pero no derretida. Mezclar muy bien. Cuando la mantequilla se integre, ir añadiendo harina, poco a poco  y a la vez mezclando.


Hay que conseguir una masa uniforme que dividiremos en dos partes iguales, envolveremos en film y meteremos a la nevera, incluso congelador. Fundamental enfriar la masa para luego poder manipularla.


Mientras la masa se enfría mucho… mucho, podemos ir haciendo la crema. Para ello ponemos a calentar la leche y le añadimos la esencia de vainilla.


Mientras la leche calienta, en un bol mezclamos las yemas con el azúcar y la harina que la desleímos con un poco de leche fría en una taza. Cuando la leche esté caliente, añadimos la mezcla de yemas, azúcar y harina y removemos constantemente hasta que el asunto comience a ponerse denso. 


Parece que nunca va a suceder pero cuando das todo por perdido y vas a tirar todo por la fregadera, la mezcla comienza a convertirse en crema. Cuanto más calor demos, más densa será la crema, eso al gusto.

Ahora viene lo difícil, por lo menos para mí. El pastel vasco tiene una base un relleno y una tapa. La base y la tapa son nuestra masa fría y el relleno lo acabamos de hacer. Con la masa fría hay que hacer una base en un molde. 


Una vez que tenemos la base, ponemos el relleno. Ayuda bastante una manga pastelera. 


Después del relleno falta la tapa que tiene su miga hacerla sin que se desmorone todo el asunto. Insisto que con una manga pastelera es más cómodo y no hace falta enfriar la masa, basta con poner capas: una de masa, otra de crema y encima otra de masa, aunque se mezclan, luego a la hora de hornear se diferencian perfectamente. 
Yo me he lanzado a la aventura y he fabricado una tapa. Lo complicado es que al manipular la masa se va calentando y se deshace, hay que hacerlo muy rápido.


Una vez que hemos tapado el asunto, untamos con huevo la zona exterior y si te atreves a hacer algún dibujito, ánimo. Yo le he hecho unas rayitas.
Precalentar horno a 220º y tenerlo 25 minutos aprox.






Jaun Zuria no conoció el pastel vasco porque llego muy pronto a Mundaka. Seguramente su espíritu, que anda entre la isla de Izaro y la ermita de Santa Catalina, ha visto, olido y se ha quedado con ganas de hincarle el diente a este delicioso postre. A su salud Jaun Zuria!