No podía correr
más. Hacía tiempo que el sonido de los cuernos inundaba toda la comarca, era el
aviso de peligro. Las noticias que llegaban no eran muy buenas. Los leoneses
avanzaban y a su paso no dejaban nada. Algunos comerciantes los habían visto
muy cerca, en las tierras de los Sámanos (Castro Urdiales) y nada los iba a
detener.
Tras la
carrera, la fatiga apenas dejaba levantar la cabeza y mirar al mar. Era
temprano y la bruma confundía el horizonte. Pronto comenzó a adivinarse una
embarcación. No era la primera vez que veían una nave como aquella, pero nadie recordaba
algo tan grande, aquello era diferente, más velas, más remos…
Al ver que
la embarcación dejaba la isla de Izaro a estribor y se acercaba a tierra, la
gente comenzó a asustarse. Los mayores no esperaron más y, nerviosos,
prepararon la defensa. Escudos, espadas, lanzas… la tranquilidad de la aldea
quedaba rota por el choque metálico de las armas. Mientras, las mujeres corrían
en busca de sus hijos para esconderse en las zonas altas del bosque. No era la
primera vez que luchaban.
La nave
estaba muy cerca, pronto llegaría a tierra, pero la actividad a bordo no era la
de un ataque. La cadencia de los remos era relajada, el movimiento de la
tripulación sosegada, las maniobras con el trapío cuidadosas, parecía que aquel
barco llegaba a tierra amiga.
Podía ser
una trampa, nadie se confiaba y todo el mundo esperaba agazapado el momento del
asalto. Por fin la nave se detuvo, varios hombres arriaron un bote en el que
montaron varias personas. Estaba claro que no era un ataque, al menos de
momento.
La tensión
inicial dejaba paso a la curiosidad. Varios hombres salieron de sus escondites
para acercarse al muelle a recibir a aquella extraña visita.
Rápidamente
se corrió la voz. En aquel bote además de los hombres que remaban, viajaba una
hermosa mujer vestida de blanco, con largos cabellos rubios y tez pálida. Algunos
al verla huyeron asustados recordando viejas historias de seres mágicos que
llegaban desde el mar. La realidad era bien distinta y días más tarde se supo
la verdadera historia.
Aquella
mujer era hija del rey de Escocia, que para protegerla de las guerras, mandó que
viajara hacia el sur en busca de tierras más tranquilas. La casualidad y las
mareas hicieron que llegara a Mundaka, y viendo que aquel paraje era tranquilo,
decidió atracar para descansar y reponer las bodegas antes de seguir su viaje. Pero
lo que iba a ser una corta estancia fue alargándose. Las semanas pasaban y aquella
mujer no se marchaba, aquel lugar le había gustado. La leyenda dice que una
noche de viento sur, durmió con ella un diablo al que llamaban “El Señor de
Casa” y quedó embarazada. Al tiempo tuvo un niño muy rubio y de piel muy blanca
que la gente de la aldea llamó Zuria
(blanco).
El pequeño Zuria
creció rodeado de un halo de misterio y con los años se convirtió en un gran
guerrero muy conocido y respetado en toda la comarca.
Mientras
todo esto ocurría, el Rey de León seguía avanzando y arrasando el territorio de
Bizkaia. Tal era la amenaza que incluso algunas tropas leonesas habían
conseguido adentrarse hasta llegar al Basigo de Bakio. Viendo los vecinos de
Mundaka que el enemigo estaba muy cerca, decidieron unirse al señor de Durango
para luchar contra los leoneses en un lugar conocido como Padura.
Aquella
batalla no fue una cualquiera. Un hijo del rey de León dirigía un numeroso ejército,
y no quiso entrar en batalla formal a no ser que alguien con sangre real
dirigiera a su enemigo.
Nadie en la
comarca, ni en toda la región tenía sangre real… excepto el joven Zuria. Con 22
años recién cumplidos Zuria fue nombrado capitán de los ejércitos de Bizkaia.
Su sangre real dio luz verde a la batalla y motivó sobremanera a sus vecinos de
Mundaka.
Tras una
dura lucha, el hijo del rey de León fue derrotado y sus hombres fueron
perseguidos y expulsados hasta el árbol de Luyando, limite de los territorios.
El lugar de la batalla pasó a llamarse Arrigorriaga (arri= piedra, gorri=rojo)
por la sangre derramada y Zuria pasó a convertirse en Jaun Zuria (Señor Blanco)
proclamado por los vizcaínos Señor de Bizkaia, por ser un gran guerrero, asumir el mando y
conseguir la victoria sobre el enemigo.
Desde
entonces hasta ahora, Jaun Zuria no deja de hacer surf en las olas de Mundaka.
Su espíritu recorre toda la zona de la desembocadura de la ría protegiendo a
los vizcaínos.
Y cuando descansa, se acerca
a la Ermita de Santa Catalina, lugar mágico en el que recuerda a su madre rubia
y vestida de blanco.
Después de
esta historia de leyenda e inventiva, lo mejor es comerse un pastel vasco o
gateau basque… porque el origen de este sabroso postre es en Francia. Se cree
que su origen es en el S. XVIII y se empleaba harina de maíz. Hay constancia
que mucho antes se hacía algo parecido pero utilizando harina de mijo que se
llamaba “etxeko bizkotzak” pero los comerciantes que recorrían la zona ante la
dificultad del nombre, terminaron llamándole el pastel de los vascos o gateau
basque.
Antiguamente
el pastel vasco no llevaba relleno pero con el tiempo se le puso un relleno de
frutas del bosque, mermeladas o la actual crema pastelera. Hay miles de formas
de hacer un pastel vasco, yo lo voy a rellenar de crema pastelera.
Para hacer este
pastel vasco hace falta.
Para la masa: 225 gr de harina. 200 de Azúcar. 200 de
mantequilla. 1 cucharadita de levadura. 2 huevos. 1 yema y si se tiene (que no
es mi caso) ralladura de limón.
Para la crema: ½ litro de leche, 5 yemas, 75 gr de Azúcar. 20 gr
de Harina. Esencia de vainilla.
Dicen que
lo primero para hacer este pastel es tamizar la harina (colarla) y mezclarla
con la levadura. Luego mezclar el azúcar con los huevos y la yema.
Más tarde
añadir la mantequilla en punto de crema, que se deshaga pero no derretida.
Mezclar muy bien. Cuando la mantequilla se integre, ir añadiendo harina, poco a
poco y a la vez mezclando.
Hay que
conseguir una masa uniforme que dividiremos en dos partes iguales, envolveremos
en film y meteremos a la nevera, incluso congelador. Fundamental enfriar la masa
para luego poder manipularla.
Mientras la
masa se enfría mucho… mucho, podemos ir haciendo la crema. Para ello ponemos a
calentar la leche y le añadimos la esencia de vainilla.
Mientras la
leche calienta, en un bol mezclamos las yemas con el azúcar y la harina que la desleímos
con un poco de leche fría en una taza. Cuando la leche esté caliente, añadimos
la mezcla de yemas, azúcar y harina y removemos constantemente hasta que el
asunto comience a ponerse denso.
Parece que nunca va a suceder pero cuando das
todo por perdido y vas a tirar todo por la fregadera, la mezcla comienza a
convertirse en crema. Cuanto más calor demos, más densa será la crema, eso al
gusto.
Ahora viene
lo difícil, por lo menos para mí. El pastel vasco tiene una base un relleno y
una tapa. La base y la tapa son nuestra masa fría y el relleno lo acabamos de
hacer. Con la masa fría hay que hacer una base en un molde.
Una vez que tenemos
la base, ponemos el relleno. Ayuda bastante una manga pastelera.
Después del
relleno falta la tapa que tiene su miga hacerla sin que se desmorone todo el
asunto. Insisto que con una manga pastelera es más cómodo y no hace falta
enfriar la masa, basta con poner capas: una de masa, otra de crema y encima
otra de masa, aunque se mezclan, luego a la hora de hornear se diferencian perfectamente.
Yo me he lanzado a la aventura y he fabricado una tapa. Lo complicado es que al
manipular la masa se va calentando y se deshace, hay que hacerlo muy rápido.
Una vez que
hemos tapado el asunto, untamos con huevo la zona exterior y si te atreves a
hacer algún dibujito, ánimo. Yo le he hecho unas rayitas.
Precalentar
horno a 220º y tenerlo 25 minutos aprox.
Jaun Zuria
no conoció el pastel vasco porque llego muy pronto a Mundaka. Seguramente su espíritu,
que anda entre la isla de Izaro y la ermita de Santa Catalina, ha visto, olido
y se ha quedado con ganas de hincarle el diente a este delicioso postre. A su
salud Jaun Zuria!