Como casi todo en esta vida, las procesiones
religiosas ya las celebraban los griegos y los romanos en el albor de los
tiempos. Parece que los romanos celebraban cinco procesiones a lo largo del año, cada una de ellas dedicada a un tema
relacionado con sus dioses.
Por lo que cuentan, no es fácil saber
cuando comienzan las procesiones en el cristianismo pero todo parece indicar
que fue en la Edad Media cuando comenzó el asunto. En esa época es cuando
aparecen las imágenes religiosas como instrumentos educativos para acercar la religión
al pueblo.
A raíz del Concilio de Trento
(que duró unos 23 años… y se decidieron un montón de cosas) la Iglesia ve en las procesiones un importante
instrumento de evangelización y persuasión donde la imagen visual tiene más fuerza
que la lectura de relatos bíblicos.
La indumentaria típica de las
procesiones es el capirote y la túnica. Parece ser que esta vestimenta es una evolución
del capirote que se ponían a las personas que debían hacer penitencia pública
dictada por la Inquisición.
Era un cono de papel cubierto por
una tela que acompañaba al sanbenito, un saco que a modo de escapulario se ponían
los señalados por la Iglesia como pecadores. El nombre de sanbenito viene de la
evolución de saco bendito… eso dicen.
Lo malo del sanbenito es que era
para toda la vida. Incluso muerto el hereje, la prenda se colgaba en la Iglesia
con el nombre y apellido de su antiguo
dueño. Las familias quedaban marcadas para siempre porque el castigo se transmitía
de generación en generación. Hasta mediados del siglo XVIII esta costumbre no
desapareció.
En la actualidad, durante la Semana
Santa las calles de muchas ciudades y pueblo se llenan de procesiones que en
ocasiones impresionan por el silencio,
los tambores, la gente descalza… por la
sensación de estar rodeado de miembros del Ku Kux Klan… aunque por lo que he leído
la vestimenta de unos y otros nada tiene que ver.