jueves, 3 de octubre de 2013

Puré de verdura y siesta

El otro día vi una noticia en un periódico local que hablaba de otra publicada en un diario inglés. La noticia en cuestión hablaba de los hábitos de la Europa del sur, concretamente de uno: la siesta.
Para ilustrar el artículo eligieron esta foto donde se muestra a un hombre con el torso desnudo, precisamente, echando una cabezadita. (La máscara negra es aportación mía…)



El artículo hablaba en tono jacarandoso de las “tres horas de siesta” que en teoría practicamos de forma generalizada todo el personal. También decían que ya era hora que abandonemos las tres horas que dedicamos a comer y que no metamos tantas horas en el trabajo para producir lo poco que producimos. (en esto estoy de acuerdo)


Qué gusto estar todo el día mirando al cielo.

Al terminar de leer la noticia pensé que ese hombre quizás se había pegado la jamada del siglo, no podía con su alma de alubias y vino, y se había quedado dormido en el primer sitio que le ofreció ciertas garantías. 


Qué gusto ver ponerse el sol 

Pero luego también pensé que ese señor quizás se había levantado a las cinco de la mañana, había cogido su tractor, se había dedicado a trabajar en el campo bajo un sol del quince durante 10 horas, y después de comer se había echado una cabezadita para, al de media hora, terminar de recoger los fardos de cereal que había dejado en el campo.


Qué gusto ser una barrica en una bodega

Además me vino a la cabeza, lo desprotegidos que estamos ante la utilización de nuestra imagen para vete a saber que contenidos. El fotógrafo un canalla (aunque es buena la foto) y el que ha decidido publicarla un hijo de su madre. (quizás yo también los sea por enseñarla)


Qué gusto pasear por un bosque

Luego reflexioné sobre la caca de vida que nos proponen los países del norte.  Una vida dedicada a producir, a mejorar constantemente beneficios, a vivir para trabajar, a ganar dinero….  Dinero que, por cierto, muchos de ellos deciden gastarlo en unas vacaciones a todo trapo precisamente aquí. En el lugar de la siesta, el vino, el cachondeo, las noches de fiesta, las playas, las paellas, el flamenco, la sardana y yo que sé.


Qué gusto mirar al mar

Y además… ¿Cuánta gente se puede echar una siesta entre semana de tres horas? El que lo haga es un fenómeno y lo hará porque puede hacerlo.

Lo que parece estar claro es que allí por el norte predomina la envidia cochina. Cuántos suevos, vándalos, alanos, teutones, bretones y demás tribus, les gustaría vivir por estos lares, en fin…

Para digerir esta noticia, he pensado en algo ligero que no nos haga caer en modorras improductivas. Un plato que sobre el papel da pereza pero que con la edad, uno le va cogiendo el gustillo: puré de verduras.


Los ingredientes que he utilizado para este puré: vainas, cebolla, ajo, patata, calabacín, pimiento verde, zanahoria y puerro.
En mi casa, cada puré es único porque nunca utilizo los mismos ingredientes, depende de lo que encuentre en la nevera o lo que se vaya a estropear.

Lo primero que hago es pelar y trocear un diente de ajo, una cebolla y pimiento verde y poner al fuego. Para mí la clave de un buen puré es esto. Dejar que la cebolla, el ajo y el pimiento dejen toda su esencia, que parezca el comienzo de un sofrito.


Una vez que el asunto coge color, ir añadiendo el resto de las verduras.
No sé si influirá en el sabor, pero yo suelo guardar un cierto orden a la hora de ir añadiendo cosas. Primero voy poniendo las que considero que tiene más agua. En este caso, primero el calabacín, luego el puerro, las vainas, la zanahoria y siempre lo último la patata.



El fragor de la batalla

Lo rehogo todo muy bien. Me gusta dejarlo bastante rato removiendo.


Cuando veo que el fondo empieza a quejarse, le añado agua y un poco más tarde leche. La leche además de aportar su sabor, ayuda a aclarar la mezcla resultante, y eso en caso de niños suele funcionar. Los purés oscuros o muy claros dan mal rollo.


Una vez que todas nuestras verduritas estén blandas, llega el momento de otro de los grandes inventos del ser humano: la batidora. Un artilugio al que no le damos demasiada importancia pero que es difícil imaginarse la vida sin él.


Una vez batido, yo le suelo añadir un poco de queso mozzarella y pimienta molida, por eso de los niños.


Y si después del purecito te entra el sueño, piensa que eres la escoria, y la envidia, de toda Europa.