sábado, 30 de julio de 2011

Vacaciones de verano I

Hoy, millones de personas comienzan sus vacaciones de verano. Yo soy uno de ellos, y la verdad es que tengo sentimientos contradictorios. Por una parte me alegro porque me quedan muchos días por delante para disfrutar, pero por otro lado pienso que cada minuto que pasa queda menos para volver…



Y es que nos pasamos el año pensando en las vacaciones, ese gran fin de semana que nunca se termina. Las vacaciones suponen un cambio de ciclo, un paso de curso, pero lo cierto es que nada cambia y el curso es el mismo.


Creo que las vacaciones de verano tienen varias fases; una primera de nerviosismo… de adaptación, otra de disfrute y relax, y una última de agobio y búsqueda de formas de vivir distintas a la que llevamos durante el resto del año. ¿Quién no ha pensado “dejarlo todo”, y montar un pequeño negocio en un pueblo de veraneo? En fin…


El verano es sinónimo de calor, sudor, sed, chiringuito, cerveza, etc. Pero los que vivimos en zonas de inestabilidad climática vivimos una realidad bien distinta. Disfrutamos de veranos frescos y agradables. Este año ha sido demasiado “agradable”. Para los que no viven por aquí, decir que de 27 días, 20 han llovido… en Julio (supuesto verano)


Es lo que tiene el Cantábrico… Y porque el mes de Julio ha sido un desastre meteorológicamente hablando, y porque comienzan mis vacaciones, os muestro estas fotos en homenaje a nuestro mar y nuestro clima. ¡Viva las vacaciones!



viernes, 29 de julio de 2011

Fajitas mexicanas

Con la llegada del verano, se suceden un sin fin de planes que en otras épocas se dan en menor número. Uno de estos planes es el intercambio de niños de unas casa a otras. ¡Qué ilusión hacia de pequeño ir a comer, cenar o dormir a casa de alguien que no fuera tu familia!

Hace poco vinieron a casa, a cenar y dormir, parte de mis sobrinos y, evidentemente, cuando se produce un evento de este tipo, siempre se procura ofrecer una cena “especial” o “temática”.

En mi época moza, esa cena “especial” podía consistir en una tortilla francesa con patatas fritas, unos sorbos de gaseosa y de postre un “Nesquik” o ya muy especial, un helado de corte de nata y fresa.

Hoy en día la tortillita francesa, incluso la de patata, está superada. En una cena “especial” no pueden faltar pizzas, hamburguesas, kebabs, burritos, naggets, refrescos de todo tipo, etc., etc.

Y es que, nuestros supermercados han cambiado un montón. Algunas veces, cuando entro en una gran superficie, observo a mi hija de tres años y la veo moverse entre inmensos pasillos repletos de cosas, con el mismo desparpajo que me movía yo por el estrecho y oscuro pasillo de uno de los supermercados de “Sebastián de la Fuente” (pequeña cadena de supermercados).

Aquellos supermercados, eran en realidad, unos ultramarinos “ilustrados”, donde encontrabas todo lo que en esa época podías encontrar. Lugares con el suelo lleno de serrín, donde llevabas las botellas vacías para que te hagan el descuento por las nuevas llenas de líquidos. Lonjas oscuras con olores rancios, donde las cestas eran de rejilla fina de hierro.

Estanterías vacías donde muchas cosas eran a granel. Pasillos un tanto tenebrosos, en los que no podía faltar un hombre vestido con una bata tirando a sucia, de carácter amable pero incierto y que, curiosamente, todo el mundo con el que he hablado de este tema, recuerda con un extraño pero perfecto peinado.

Hoy en día, nos hemos acostumbrado a ver kilómetros de estanterías llenas de cosas, con todo tipo de productos, variedades, marcas… Y con la globalización aparecen en nuestros supermercados, productos que hace unos años era simplemente imposible imaginar que existían. Y me refiero a las baldas dedicadas a productos de otros países. Productos exóticos que han pasado a formar parte de la normalidad de nuestra gastronomía y que enriquecen la cultura culinaria de nuestros hijos. Yo, con siete años no tenía ni idea de lo que era una “fajita”.

Pues eso, que cómo la pizza ya es algo muy rutinario, había que probar con otros países, y esta vez tocó México.

Lo bueno de este tipo de platos es que vienen perfectamente preparados. Otra cosa será hacer las recetas originales.

La cena que propongo pertenece a la gastronomía tex-mex, término que viene de la fusión de dos estilos de cocina; la tejana (texana) y la mexicana. Aunque en realidad el nombre “tex-mex” apareció como abreviatura que viene de la compañía ferroviaria "Texas-Mexican Railway"

Pone por ahí, que la comida “tex-mex” surge de la unión de la comida nativa de Texas y la influencia española. Parece ser que esa zona fue colonizada, mayoritariamente, por gente procedente de las Islas Canarias. En 1731, la Corona española permitió a los colonos llevar consigo gente de servicio de etnia bereber del norte de África. Esta inclusión supuso el empleo de picantes y especies a la hora de cocinar.

Después de este breve repaso a la historia, os presento los ingredientes para hacer unas fajitas mexicanas de supermercado para cena con sobrinos.

Lo primero, los paquetitos de los diferentes productos: la masa para las fajitas, las diferentes salsas y unos “nachos” de acompañamiento.


Luego hay que preparar el relleno de las fajitas. Se pueden rellenar de lo que se quiera, pero lo típico es poner cebolla, pimiento rojo, pimiento verde y dados de pollo.


Hay que trocear las verduras para pasarlas por la sartén hasta que estén blanditas.


Una vez que las verduras estén hechas, pasar los trozos de pollo por la misma sartén en la que hemos rehogado las verduras.


Cuando el pollo comience a entregarse, añadir lo polvos mágicos. Estos polvos son la base de todo el sabor. Al verterlos, inmediatamente, se mezclan con la carne hasta invadirla de una sabor definido como “barbacoa”.


Cuando el pollo esté bien embadurnado de la salsa, retirarlos y ponerlos en un plato. Yo he preferido no mezclar los ingredientes, porque al tratarse de niños siempre hay variables de sabor confusas.

Una vez preparados los rellenos, hay que montar la fajita. Para ello, antes, hemos debido calentar las masas que vienen en el paquete, bien en el horno o si no hay tiempo en el microondas. En mi caso no tenía tiempo, ya que cinco niños nerviosos, esperaban su fajita para comérsela en un periquete y rápidamente ir a jugar, ver la tele, desordenar….


Una vez calentitas las masas, hacer el relleno: trocitos de pollo con las verduritas pochadas. Doblar como se pueda la masa y ¡ya está!


Los niños se las comieron con las manos, pero a mi me pone muy nervioso tener que ducharme después de comer, así que decidí comerlas con cuchillo y tenedor, en plan finolis….


Y por supuesto, en toda cena, comida o lo que sea “tex-mex”, no pueden faltar unos nachos con queso acompañado de las típicas salsa de guacamole (también he visto huacamole) o tomate picante.




Lo bueno del “tex-mex” es que con lo que pica y con la fuerza de los sabores, es obligado acompañarlo de un buen vino o una burbujeante cerveza, que siempre ayuda…

martes, 19 de julio de 2011

Albóndigas

Cuando era joven y salía por la noche, no había cosa más placentera que llegar a casa después de una buena velada y abrir la nevera en busca de cualquier cosa que llevarse al estomago antes de meterse en la cama. A esas horas, la forma de comer es irracional, cualquier mezcla vale, no importa frío o caliente, la cosa es apaciguar a la bestia.

Las salidas nocturnas, normalmente, eran en fin de semana, así que no era raro encontrar en la encimera de la cocina marmitas llenas de cosas suculentas preparadas para ser disfrutadas al día siguiente.

Chipirones (calamares) en su tinta, pollo en salsa, rape a la americana, menestras de verdura con cordero, albóndigas... Resultaba imposible retirarse a los aposentos sin probar la ligazón de las salsas o la ternura de las carnes y pescados. Eso sí, después de cada cata, había que remover la cazuela para tapar huecos y no dejar pistas.

Uno de los platos nocturnos que más ilusión me hacían eran las albóndigas. Su tamaño, su redondez, la salsa… no sé, eran perfectas para, de un bocado, saciar las ansias que generaban una noche movidita.

La cosa es que en España, las albóndigas fueron introducidas por los árabes durante el período de al-Ándalus. La cosa de hacer bolitas con la comida lo extendieron por toda Europa. Lo normal es servirlas como segundo plato y se suelen hacer con carne de vaca o cerdo (o mezcla de ambas), huevo, ajo, perejil y pan rallado. Se fríen un poco y se terminan de hacer, normalmente, en una salsa hecha de cebolla, zanahoria, vino blanco y especias. También hay albóndigas de pescado que son muy populares aunque yo nunca he probado…

Ingredientes muy básicos: carne picada de cerdo y vacuno (yo prefiero sólo de vacuno), un huevo, un poco de pan rallado, cebolla y un poco de zanahoria.

Lo primero es hacer la mezcla para las bolitas de carne que es sencilla: carne, huevo, pan rallado, ajo picado y perejil. Yo le suelo añadir un poco de leche (medio vaso).


Mezclarlo todo y comenzar a moldear bolas de tamaño reducido. Hay gente que le gustan las bolas gordas, a mí me gustan pequeñas porque se hacen mejor. Creo que este plato me gusta porque hay que pringarse las manos, sobar carne fría que recuerda la plastilina de la infancia, volver a la época del chapoteo, del barro, del puré por la cara... manualidades.


Para dar forma a las bolitas aconsejo humedecerse las manos o untarlas de harina, porque sino la mezcla de carne se queda pegada y no hay quien haga una bola.




Una vez elaboradas las bolitas, las pasamos por harina y las freímos. El aceite debe estar bien caliente para que se doren por fuera y por dentro queden casi crudas, se terminarán de hacer luego con la salsa.

 
Una vez doradas por fuera las retiramos y las reservamos, me gusta lo de “las reservamos”.


Es el momento de la salsa. Picar dos cebollas gordas (depende del número de albóndigas) y unas cuatro zanahorias (depende del tamaño). Poner a pochar en la misma sartén en la que hemos frito las albóndigas. Cuando veamos que el asunto se seca, le añadimos un poco de agua y una pizca de sal. También resulta gratificante, añadirle un chorrete de vino blanco, jerez o similar.

 
Cuando las verduras estén blandas los pasamos ¡al artefacto del siglo! El pasapuré!.


Pone por ahí que en 1947, Louis Tellier y su hijo Jean cerca de París diseñan el primer pasapurés de la historia de la cocina para un amigo común dueño de un restaurante. La idea era poder para pasar frutas y verduras para hacer purés y sopas ligeras. Todo un invento que ha evolucionado en formas y materiales hasta convertirse en ese extraño aparato difícil de guardar. Si no tienes un pasapurés, eres un Don Nadie en la cocina.


Pasar las verduritas por el pasapurés las veces que creas necesarias para conseguir la densidad de salsa que te guste.

Una vez que hemos conseguido la salsa, añadimos las bolas de carne en la misma cazuela o recipiente y le añadimos unos guisantitos para dar color. Dejar cocer suavemente y cuando veamos que el guisante se ha hecho, retirarlo del fuego y dejarlo reposar hasta el día siguiente.


Si no tienes a nadie que haga incursiones nocturnas, tu cazuela de albóndigas será un éxito. Y si alguien ha catado tus albóndigas en la noche, mejor…habrás hecho feliz a alguien.

viernes, 8 de julio de 2011

Revuelto Rodríguez

Esta semana me he quedado en casa de “Rodríguez” (término que se populariza en los años 60-70 del siglo pasado, y viene a definir al marido que se queda sólo en casa mientras el resto de la familia disfruta del verano en el pueblo o lugar de veraneo).

Lo típico estando de “Rodríguez” es hacer mil quinientos planes y luego no hacer nada, por eso he aprovechado el tiempo y he decidido sacar fotos a una nevera de un “Rodriguez” para analizar la situación.

La verdad es que mi situación no es la más académica, ya que sólo es una semana y me gustan las tareas domésticas. Aun así, el momento es digno de análisis.


Lo primero es analizar la nevera. En la puerta siguen los elementos de siempre. Ya comenté en otra entrada, que hay cosas dentro de una nevera que no varían a no ser que ocurra algo tremendo. Ahí están las alcaparras, la loción anti- quemaduras y la mostaza que nunca se termina. Hay menos huevos, más yogures (no están los niños) y más cerveza (fundamental para ser un buen “Rodríguez”)


Si miramos hacia la zona inferior, se nota claramente la ausencia femenina en el hogar. No hay cosas verdes, apenas queda una frutilla en el plástico, y la clave de mi receta: un manojo de puerros dispuestos a invadirlo todo. Curiosamente los puerros crecen dentro de la nevera, si uno se despista pueden llegar a invadirlo todo.


Esos puerros invasores me han hecho decidir la cena. Es una receta muy tonta y sencilla pero está muy buena, se trata de un revuelto de cebolla con puerro y queso. En este caso no tengo queso pero da igual…


Lo primero es convertir los puerros invasores en agradables puerros comestibles. La cosa es sencilla, no hay más que quitar lo feo, y limpiar la arenilla que suele haber dentro del puerro. Una vez limpios parecen otra cosa.


Luego hay que picarlos y hacer lo mismo con la cebolla.



Primero ponemos la cebolla picada en una sartén con aceite, y cuando esté doradita añadimos el puerro.



Lo rehogamos todo, y cuando veamos que se va secando le añadimos agua caliente. Lo dejamos un rato hasta que nuestras verduras estén blanditas.

Lo de estar de “Rodríguez” tiene sus pegas, ya que quieres hacer mil cosas a la vez y es fácil que mientras haces fotos para el “blog”, quieras oír la música que hace años que no oyes, a la vez pones la lavadora, abras un botellita de vino, etc. Con tanto ajetreo las verduritas se te pasan y se queman un poco. No pasa nada.
Cuando veamos que la cebolla y el puerro se han convertido en una especie de puré, le añadimos huevo batido. La cantidad de huevo irá en función del número de comensales y de las cantidades de verdura que hemos utilizado. En este caso, (Rodríguez), he utilizado un puerro, un cuarto de cebolla y dos huevos. Lo mezclamos todo y ya está.

Si tienes queso en lonchas, pónselo por encima y deja que se derrita el queso… está muy bueno.


Como veis la cebolla se me ha quemado un poco y no tenia queso… todo no se puede. Estar sólo en casa es lo que tiene.