lunes, 30 de enero de 2012

Sándwich



Hay días que no apetece sentarse delante de un plato de comida “convencional”.  Aunque los “gordólogos” recomiendan comer varias veces al día cosas saludables, no hay nada más placentero que pegarse un homenaje de comida “desordenada.” Y creo que el rey de este tipo de comida es el sándwich. Gracias a este invento podemos comer cualquier cosa que se nos ocurra, la única condición es que se pueda meter entre pan y pan.

Lo que es alucinante es que todo tiene su historia. Resulta que el sándwich tiene sus orígenes en el siglo XVIII, época en la que el aristócrata inglés John Montagu IV conde de Sándwich lo puso de moda. 

Cuenta la historia que dicho conde participaba en las negociaciones de la Paz de Aquisgrán (1748. Fin de la guerra de sucesión austriaca) en representación de la Emperatriz María Teresa. El conde tenía un hobby que le volvía loco, le apasionaba jugar a cartas. Dicha pasión hizo que descuidara sus comidas hasta tal punto que sus sirvientes llegaron a preocuparse por su salud. Para evitar que el conde desfallezca  comenzaron a preparar alimentos que pudiera comer sin mancharse las manos y sin parar de jugar a las cartas. Normalmente consistía en dos rebanadas de pan con carne dentro. A este nuevo tentempié se le puso el nombre de sándwich, en honor al conde. Y aunque esta historia suena a chiste, en el ayuntamiento de Aquisgrán dicen que cuelga un retrato del Conde de Sándwich,  además en el año 2000 un descendiente del conde abrió una empresa en Londres, con el nombre de “The Earl of Sandwich”, que espera convertir en cadena internacional.

Mi sándwich es un homenaje a un bar que existe en Bilbao (Vizcaya, Spain), que se llama “Eme”. Este bar es famoso por sus sándwiches. Suculentos panes untados con una maravillosa salsa y rellenos de jamón y lechuga. El pan con el que están hechos es especial pero el secreto es su salsa, y digo secreto porque circula la leyenda de una fórmula con cantidades que no conocen más que dos personas, se habla de mezclas misteriosas realizadas de madrugada, vamos que la Coca –Cola y esto andan a la par.
Lo mío no es más que un homenaje a esos ricos sándwiches, pero están bien buenos si la salsa queda al gusto de uno.
Para elaborarlos se necesita pan de molde, jamón, lechuga, mayonesa, tomate frito y la salsa.
Para la salsa, batir unos pimientos rojos de bote con el tomate frito. Evidentemente a mejor pimiento, mejor salsa. La cantidad depende del número de sándwiches que queramos hacer. Y la proporción la hago a ojo según el gusto de cada uno. Lo mejor es ir añadiendo pimientos poco a poco al tomate, batir y probar.


Añadir Tabasco y Salsa Perrins. Otro día contaré la historia de estas salsas que con la del conde Sándwich ya he cubierto el cupo. La proporción es difícil de explicar, ensallo error. Añadir un poco de cada cosa hasta que encontremos el sabor que nos guste. ¡Cuidado con las cantidades!


Untar una rebanada de pan con mayonesa y la otra con nuestra salsa. 


Añadir el jamón y la lechuga y dejar un rato antes de comerlo para que la salsa empape bien el pan.


Se puede presentar cortado en triangulo o dividiendo en cuatro las rebanadas de pan. La experiencia me dice que en cuadraditos pequeños entran mucho mejor, prácticamente los comes de dos bocados. Crees que comes menos pero al final te pones chato. 


Cuidado porque son adictivos, es muy difícil pasar delante de ellos sin llevarte uno a la boca.
¡Gracias conde Sándwich



viernes, 27 de enero de 2012

Pimientos verdes rellenos de morcilla


De vez en cuando es bueno abrir la nevera y observar. Este sencillo ejercicio puede llevarnos a descubrir platos inimaginables realizados con combinaciones asombrosas. Mezclas de productos que si no fuera porque se van a estropear, jamás hubiéramos probado. De esta forma conseguimos dar salida a aquellas cosas que compramos con mucha ilusión pero que no acabamos de incorporar a nuestra dieta diaria.

Esto me sucede con la morcilla. Cuando veo en el supermercado la estantería donde descansan las morcillas siempre pienso: “Hum!, que buenas unas morcillitas”, y me animo,  y meto al carro dos o tres. Luego cenas un día morcilla y te has empalagado para tiempo, de manera que el resto de las que has comprado, pasan a formar parte de la decoración de la nevera, nunca encuentras el momento de darles salida.
Por eso observar nuestro refrigerador  viene muy bien, porque al ver que unos pimientos verdes comienzan a arrugarse y que la morcilla se caduca al de un par de días, hace que se te ocurra el plato que os presento: pimientos verdes rellenos de morcilla.

Por lo que he leído, la morcilla la inventó un griego (siempre aparecen los griegos) y ya en la Odisea  de Homero se hace mención a ella. Decir también que hay morcilla de casi todas las localidades del mundo: alemanas, de burgos, asturiana, de Aragón, Villada, Matachana, murciana, andaluza, etc.
A mí me gusta la de arroz y me he acostumbrado al sabor de las morcillas de la marca “Rios”, he probado otras y no me acaban de gustar, pero bueno lo digo por comentar….

Os presento mis pimientos a punto de estropearse del todo y la morcilla sin piel y desmigada o desestructurada.


Para hacer de esta mezcla un plato suculento, he tirado de un poco de nata y pimientos rojos.


La elaboración es bien sencilla, lo primero es quitar la piel de la morcilla y romperla en una sartén con un chorrillo de aceite. Removerla bien para que se haga a fuego no muy fuerte.


Mientras nuestra morcilla se deshace al fuego, podemos elaborar la salsa que va a engrandecer  al plato. Ponemos un poco de nata (una cajita pequeña) y le añadimos un par de pimientos rojos de los que vienen en bote. Lo batimos y conseguimos una graciosa salsa de color curioso y sabor intenso.  


Cuando veamos que la morcilla está suelta y ha liberado sus esencias, le añadimos nuestra salsa y lo mezclamos.



La siguiente operación tiene su magia, hay que quitar la tapa de los pimientos para poder rellenarlos. Yo utilizo un truco que consiste en hundir el rabito del pimiento hacia dentro y después tirar hacia fuera, si la operación está hecha correctamente, lo normal es que salga el rabito acompañado de las semillas. Lavar y a rellenar.


Para el relleno he utilizado una cuchara de esas largas para remover gintonics o similares, por eso las compré, porque lo mismo remueves un gintonic  que rellenas un pimiento.


Si la cosa del relleno ha ido bien, sólo hay que ponerlos en la sartén donde hemos desmenuzado la morcilla y darle calor, no mucho. Para ayudar a que los pimientos se ablanden, se le puede añadir un poco de agua y tapar, de esa forma se hacen antes y no se queman.


Cuando el pimiento adquiera la textura deseada (blanda), retirar del fuego y presentar. Si ha sobrado salsa, se le puede añadir un poco por encima para dar el toque. A mí no me sobró.


jueves, 19 de enero de 2012

Acelgas



Siempre he pensado que el mes de Enero es como un lunes gigante. Al llegar este mes se produce un punto de inflexión en nuestras vidas  que hace que nos planteemos muchas cosas. Creo que junto con ahorrar o no gastar, el objetivo más popular es adelgazar. Por eso en estos días los supermercados, los restaurantes, los bares…   están más tristes. El único sitio donde hay bullicio y ambientillo es en las rebajas y en los gimnasios.

En estos días,  por razones laborales,  he tenido que visitar las entrañas de un templo del buen comer: el restaurante Boroa (http://www.boroa.com). 


Un lugar donde se cocinan suculentos platos y donde los propósitos de Enero se olvidan rápidamente. Un lugar acogedor donde puedes disfrutar de unos entrantes  con nombres tan sugerentes como: “Carpaccio de vieira en guacamole y wasabi, gelatina de tomate y vegetales yodados con matices de arbequina” o “Centolla sobre cuajada de puerro con su caparazón de txangurro” o segundos platos tan atractivos como: “Supremas de Perdiz sonrosadas y sus muslitos confitados en salsa perigord con nabitos de Nabarniz y cebollitas caramelizadas”.



La pena fue que mi visita fue a una hora temprana y no hubo opción de probar nada de lo que por allí se guisaba. ¡Miento!, nos invitaron a un café y unos pinchos y el problema fue elegir uno. Había los clásicos de tortilla de patata (el que más me apetecía), uno de calamar con todo tipo de aderezos, otro de bacalao, otros con  jamón... Me pareció que lo más correcto en aquel lugar era elegir el de bacalao. La elección fue buena porque estaba muy sabroso,  pero me quedé con pena de probar un pincho de tortilla de un restaurante con una estrella Michelín… otra vez será.


Vimos como preparaban esta colita de cigala al vapor en áspic de tomate y hortalizas con espuma de hinojo y nuez de macadamia. 

La paradoja de toda esta historia es que después de visitar ese paraíso del buen comer,  aquel día mi comida fueron unas acelgas. No tengo nada contra las acelgas, pero viendo lo que en esas cocinas se maquinaba, mi menú resultaba cuando menos vulgar.

Para mis acelgas de Enero se necesita  media cebolla, un par de dientes de ajo...


unas zanahorias...


y  acelgas...


... esa graciosa hoja nervada verde brillante de la familia de las Quenopodiáceas (aunque en otros sitios pone que es  de la familia de las Amarantáceas), prima de  las espinacas y las remolachas.

Como casi siempre, los griegos ya la comían en el SV a.C y en la Edad Media los árabes la comenzaron a cultivar debido a sus propiedades curativas. Con el tiempo, paso de ser una planta medicinal a considerarse una verdura comestible bastante vulgar. 

Lo primero es poner agua a hervir. Cuando ésta hierva,  introducir las zanahorias cortadas en daditos. Al de unos diez minutos meter las acelgas cortadas en trozos pequeños. 


Dejar hervir durante unos 20-30 minutos.  Cuando la zanahoria y las acelgas estén blandas, las sacamos del agua y las escurrimos. Reservar el agua de la cocción ya que nos servirá para pochar la cebolla y el ajo.

En la misma cazuela donde hemos hervido las acelgas y las zanahorias, ponemos un chorro de aceite de oliva y añadimos la cebolla y los ajos bien picados. Antes de que la cebolla empiece a dorarse,  añadir poco a poco el agua de la cocción hasta que la cebolla y el ajo se  pochen. Si con el agua de la cocción no nos llega, añadir más agua del grifo.


Un vez que la cebolla y el ajo se han rendido, añadir las acelgas, las zanahorias  y remover para mezclarlo todo.  Se les puede añadir por encima un poco de queso rallado o mozzarella incluso una bechamel, pero como estamos en Enero y hay que cuidarse yo las he puesto sin nada, bueno sí, he puesto un poco de pan… una pequeña alegría.