viernes, 29 de abril de 2011

Patatas a la riojana

El momento de la comida entre semana es algo especial, supone el paso de la mañana a la tarde, el comienzo del ocaso del día. Las tardes suelen ser más relajadas, y aunque no lo sean, las cosas se llevan de otra manera.

Por eso la comida entre semana es muy importante porque nos parte el día. Y tengo comprobado, y además me he preocupado de preguntar a la gente, que la comida influye bastante en el humor y la forma de afrontar el día.

No es lo mismo salir de casa lloviendo y saber que vas comer coliflor, que hacerlo sabiendo que te espera un plato de pasta maravilloso. Tampoco es lo mismo saber que en tu “taper” llevas unas vainas sin sal y sin patatas, que llevarlo lleno de carne guisada con patatas, guisantes y salsita.

Y para mí uno de esos platos que te ilumina el día son las patatas a la riojana. Si al salir de casa sabes que vas a comer patatas a la riojana, tu estado de ánimo va a ser mucho mejor.

Un plato sencillo pero muy interesante. He leído por ahí que el famoso cocinero Paul Bocuse (nombrado chef del siglo en marzo de 2010) probó este plato en una conocida bodega de la Rioja. Además de repetir tres veces, comentó que ese plato debería representar la comida española en el mundo entero. Dijo además, que era la cosa más sabrosa que había comido nunca jamás. Yo creo que el señor Bocuse estaba en el momento de la exaltación de la amistad, porque seguro que no acompañó las patatas con agua con gas, pero salvando las distancias, algo de razón tenía el buen señor.

No hay cosa más maravillosa que enfrentarse a un plato humeante lleno de elementos rojizos, asir con fuerza el tenedor, aplastar las patatas, mezclar la masa resultante con la salsa rojiza e ir deglutiéndola mientras reservamos los trocitos de chorizo para el momento final. Los clásicos dirán que comer de esta forma las patatas es de guarrillo, que la patata hay que comerla entera, pero a mi me gusta hacer la chapucilla desde que tengo uso de razón.

El origen de este plato es un misterio, pero parece que es relativamente reciente, ya que la patata en España no se empezó a comer hasta que se vio que los franceses se la comían (época de Napoleón). Aunque el apellido del plato indica que su origen es riojano, no está muy claro de donde surge este manjar. Lo que si coinciden los estudiosos, es que puede ser de cualquier lugar en donde metieran en un puchero algo con pimiento y chorizo. Hay incluso quien se aventura a decir que su origen es gallego por eso del pimentón y el chorizo. En fin...

Uno de los principales protagonistas de esta receta es el pimiento choricero, una autentica joya culinaria que da sabor a platos con mucha tradición y personalidad. Además de su aportación a las salsas, estéticamente es un regalo para la vista. Lleno de curvas imposibles, recuerda a un tronco retorcido, algo plástico, brillante, caótico…


Lo importante del pimiento está en su interior, esa carne que permanece disecada hasta el momento de la verdad. Lo ideal es poner a remojo un pimiento o dos, según el tamaño, para que la carne se vaya hidratando y que así aporte el máximo sabor a la salsa. A mi me gusta más que ese proceso se produzca en la propia cocción.


Acompañando al pimiento está el ajo. Alguna vez he dicho que suelo quitarle el “corazón” para evitar que el regusto sabroso que deja, se convierta en un problema a eso de las seis de la tarde. Sin el “corazón” el ajo no reverbera.


Luego están las patatas. Un producto del que leído y oído que engorda, que no engorda, que es sano, que no lo es, que antiguamente se lo daban a los cerdos o que gracias a él muchos pueblos han superado periodos de hambre. En fin que hay versiones para todos los gustos. Pero que es el protagonista de este delicioso manjar.


He sacado una foto a uno de los artilugios que considero imprescindible en la cocina. Desde que hace ya años, tengo uno, mi vida en la cocina ya no es la misma. Poseer un pela vainas en la cocina es pasar de la noche al día. Cualquier proceso tedioso de pelar algo, se convierte en un juego de niños, una experiencia única que recomiendo a todo el mundo. Hace muchos, muchos años, un amigo ya me hablaba de las bondades de este artilugio, cuanta razón tenía…

Y el ingrediente invitado: el chorizo. Este adictivo embutido que, cortado en taquitos pequeños, va a aportar a la salsa esa fuerza que le caracteriza a este plato. Yo lo prefiero dulce que picante, al gusto.


Lo primero es poner un chorrete de aceite en una cazuela, añadir el ajo troceado y los pimientos con la piel hacia arriba para que la carne se reblandezca. Fuego no muy potente para que el pimiento no se queme.

Cuando veamos que el pimiento empieza a soltar sustancia y que los ajos comienzan a dorarse, añadimos un par de vasos de agua. Subimos el fuego para que comience a hervir.


A medida que avanza la cocción el agua ira adquiriendo tonalidades rojizas. Cuando venos que el pimiento ha dado todo de sí, es decir, sólo le queda la piel, añadiremos las patatas y las rehogaremos con la salsa para que se empapen de sabor. Dicen, que para que las patatas engorden la salsa, es importante trocearlas más que cortarlas. Clavar el cuchillo, hacer una pequeña raja y hacer palanca hasta que la patata se rompa.


Después de rehogar bien las patatas, las cubrimos de agua, le damos caña al fuego y cuando empiecen a hervir bajamos la temperatura para que se sigan cociendo suave pero con alegría. Añadimos sal y el chorizo.


Cuando la patata esté cocida ya tenemos el suculento plato. Hay que vigilar que la patata no esté demasiado hecha porque puede acabar todo como un puré. Pero tampoco es bueno dejar la patata muy tiesa porque entonces la salsa quedará muy liquida. Es cogerle el puntillo. Estas necesitan un poco más, pero....


Además lo bueno de este plato es que al llevar chorizo, cualquier vino le va bien, que siempre es una ventaja.

jueves, 28 de abril de 2011

Semana Santa in Spain

Ya ha pasado la Semana Santa, unos días curiosos en los que mucha gente decide hacer una “escapadita” como anticipo de las vacaciones de verano, provocando que algunas ciudades queden prácticamente desiertas mientras que otras se llenan.


Si vives, como yo, en un pueblo o ciudad de los que se queda vacío y, por lo que sea, decides no moverte, es el momento de disfrutar de aparcar sin problemas, de gozar sintiéndote solo, de imaginar la vida en un poblado del lejano Oeste Americano, y un buen momento para hacer excursiones cercanas.


La Semana Santa comienza el Domingo de Ramos y termina Domingo de Resurrección, y durante esos días se recuerda la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret.

Lo curioso de esta fiesta es que va cambiando de fechas en función del sol y la luna. Por lo que he leído por ahí, la Pascua era la fiesta con la que antiguos pueblos agrícolas celebraban el paso del invierno a la primavera, de ahí la importancia del sol y la luna.


Con el paso del tiempo, los judíos relacionaron esa celebración con el recuerdo del éxodo y la libertad del pueblo israelita, que escapaba del faraón egipcio. Cuenta la historia, que la noche en la que el pueblo judío salió de Egipto, había luna llena y eso les permitió prescindir de las lámparas para que no les descubrieran los soldados del faraón. De ahí que esta fiesta se celebraba el día de la primera luna llena de primavera y la forma de hacerlo era comiendo cordero asado y ensaladas de hierbas amargas, recitar bendiciones y cantar salmos.


La cosa es que durante la celebración de la Pascua judía se produce la muerte y resurrección de Jesús y aunque que no era oficial, durante los primeros siglos, la Pascua fue una continuación de las celebraciones de la Pascua judía. Fueron los primeros cristianos quienes transformaron la celebración de la Pascua judía en la fiesta cristiana de la resurrección de Jesús de Nazaret.


Cuentan que a principios del siglo IV había en la cristiandad una gran confusión sobre cuándo había de celebrarse la Pascua cristiana o día de Pascua de Resurrección y que además habían surgido distintos grupos de practicantes que hacían sus propios cálculos.


Para evitar problemas, en el Concilio de Arlés (en el año 314), se obligó a toda la Cristiandad a celebrar la Pascua el mismo día, y que esta fecha la marcaba el Papa, pero las diferentes congregaciones no hicieron mucho caso.


Por fin, en el Concilio de Nicea I (en el año 325) se llega una solución para este asunto. Allí se estableció que la Pascua de Resurrección había de ser celebrada cumpliendo unas normas: que se celebrase en domingo, que no coincidiese nunca con la Pascua judía, ( para evitar paralelismos o confusiones entre ambas religiones) y que los cristianos no celebrasen nunca la Pascua dos veces en el mismo año. Esto tiene su explicación porque el año nuevo empezaba en el equinoccio primaveral, por lo que se prohibía la celebración de la Pascua antes del equinoccio real (antes de la entrada del Sol en Aries).


A pesar de estas normas siguió habiendo diferencias entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Alejandría, aunque parece ser que ganó Alejandría que eran los encargados de calcular la fecha de la Pascua y luego se lo comunicaban a Roma.

Pero fue finalmente Dionisio el Exiguo (en el año 525) quien desde Roma unificó, al fin, el cálculo de la pascua cristiana quedando de la siguiente manera:

La Pascua de Resurrección es el domingo inmediatamente posterior a la primera Luna llena tras el equinoccio de primavera, y se debe calcular empleando la Luna llena astronómica. Por ello puede ser tan temprano como el 22 de marzo, o tan tarde como el 25 de abril.


En lugares como Estados Unidos, Republica Checa o Noruega también se celebra la Pascua pero de forma totalmente distinta. Parece ser que parte de la simbología de esta fiesta era el conejo o lo huevos coloreados con rayos de sol. Los niños de varias partes del mundo colorean los huevos y luego los esconden el sábado por la tarde para luego buscarlos el domingo encontrando junta a ellos golosas recompensas.


En Noruega existe la curiosa tradición de resolver asesinatos durante la Pascua. La TV, las revistas, etc emiten y publican historias donde televidentes y lectores pueden averiguar quien fue el asesino. Estilo el “Cluedo”


En la Republica Checa la tradición es ¡¡azotar a las mujeres!! con un látigo especial. La intención no es hacer daño, aunque no suele ser así. La mujer azotada, después de recibir, regala al hombre que le ha pegado un huevo coloreado como muestra de agradecimiento. Dicen que deben ser azotadas para guardar su salud y fertilidad. Las mujeres azotadas luego se vengan por la tarde cuando pueden tirar un cubo de agua fría a cualquier hombre. Curioso.


Lo que está claro es que la Semana Santa se celebra con ritos, actividades, tradiciones y formas muy distintas dependiendo de la región geográfica donde se realice, yo la que mas conozco son las procesiones.


Una tradición que tiene su origen a finales de la Edad Media, cuando los franciscanos se encargaban de organizarlas. Desde entonces la celebración ha conocido momentos de esplendor y otros más bajos, viviendo actualmente un período de apogeo.


En las fotos que he sacado, podéis ver que en mi ciudad sólo había gente en las procesiones, el resto del día la ciudad parecía una del viejo Oeste… si, las de ventiscas y ovillos de paja atravesando las calles. Así es ahora la Semana Santa.

sábado, 16 de abril de 2011

Perú. Capítulo I

Lima, Perú, 1991. El avión aterrizó a su hora. Era de noche y por la ventanilla no se veía nada. El Sr. Greenshoot estaba nervioso, era la primera vez que pisaba América del sur.

Aunque la idea era una estupidez, tenía la sensación de ser el primer europeo que iba a pisar esas tierras. Inconscientemente pensaba en Cristóbal Colón, y las sensaciones que tuvo que vivir cuando descubrió tierra en medio del océano.

- Disculpe…, por favor.- El Sr. Greenshoot despertó de su letargo
- ¿Eh? Ah, si… perdone, es la maleta que no sale.- contestó mientras zarandeaba su bolsa de mano para sacarla del compartimento.
- ¿Quiere que le ayude?.- le dijo amablemente el hombre que esperaba
- No, muchas gracias, tranquilo que ya casi está.- en ese momento dio un fuerte tirón y su bolsa de mano salió lanzada contra un asiento.
- ¡Ya está!.- resopló el Sr. Greenshoot.

Las puertas del avión ya estaban abiertas y comenzaba a entrar aire fresco. La fila avanzaba lenta pero constante. Al llegar a la puerta su corazón palpitaba cada vez más fuerte.

- Buenas noches señor, espero que el viaje fuera de su agrado.- saludó amable la azafata. El Sr. Greenshoot esbozó una estúpida sonrisa y balbuceó una especie de saludo. El aire que entraba por la puerta estaba cada vez más presente, un olor penetrante a queroseno lo invadía todo.

Por fin comenzó a bajar las escalerillas. Cerca les esperaba un autobús para ir a la terminal. El ruido de las turbinas hacia más misterioso el momento. Apenas había luz, no hacia mucho frío pero las personas que deambulaban alrededor del aparato iban ostentosamente tapadas, parecía que sus acciones fueran a cámara lenta…y ese intenso olor a queroseno.

El Sr. Greenshoot veía arena donde había asfalto, los trabajadores del aeropuerto eran personas jamás nunca vistos, seres del nuevo mundo. Todo era nuevo, acababa de llegar al nuevo continente.

Aunque el Sr. Greenshoot no estaba muy enterado, la situación del país era delicada. Después de varios años de gobiernos corruptos, acababa de ganar las elecciones “el chino”, un personaje curioso que proponía una nueva forma de gobernar. Además era la época en la que el grupo terrorista “Sendero luminoso” estaba a punto de lograr el control del país a base de atentados brutales todos los días.

El Sr Greenshoot visitó la Plaza de Armas de Lima, 1991

Al salir del aeropuerto, el Sr. Greenshoot tomó un taxi. Le habían recomendado negociar el precio de la carrera, pero la verdad es que no se le daba muy bien eso de negociar algo que se supone que está establecido. Tras regatear de mala manera, el taxi emprendió su marcha. La ciudad estaba a oscuras y el taxista le explicó que Sendero luminoso había atacado un transformador que suministraba la luz de media Lima. La imagen de la ciudad era un tanto esperpéntica. Era tarde y las pocas personas que había en la calle, se juntaban alrededor de hogueras improvisadas cerca de las puertas de las casas. La sensación era de una ciudad devastada por la guerra. Una fina lluvia comenzó a añadir un punto de dramatismo a la situación.

- Garúa, le dicen!.- dijo el taxista mientras paraba el coche, abría la guantera y sacaba los limpiaparabrisas.

Después de colocarlos, se introdujo en el vehículo y sin que nadie le preguntara nada se dirigió al Sr. Greenshoot y le dijo.
- Si están afuera te los roban no más.- el Sr. Greenshoot sonrió.

El hotel estaba en el barrio de Miraflores, una zona residencial y tranquila donde la presencia de guardas de seguridad era llamativa. Al bajarse del taxi y ajustar las cuentas con el taxista, sintió la paz que todo viajero está buscando: un lugar nuevo, tranquilidad, no problemas…

El Sr. Greenshoot había llegado a Perú aunque no había visto nada. Cada vez era más tarde y su cabeza no tenías demasiadas fuerzas, quería tumbarse, descansar y dormir.

- Su habitación es la 207, no se preocupe si sus sábanas parecen húmedas, es la garúa, al de un rato ya se secan.

Efectivamente todo parecía húmedo, pero el cansancio era tal que el sueño pronto se apoderó de la situación.

sábado, 9 de abril de 2011

Lentejas con Chorizo

Me parece justo hablar de un plato que normalmente pasa desapercibido por otros con más caché: Las lentejas, un plato que parece menor si lo comparamos con alubias y garbanzos, pero que bien cocinadas están buenísimas.

Las lentejas es un plato de comer en casa, es raro ver en restaurantes un menú con lentejas, y si lo hay es más raro pedirlo. Mucha gente relaciona este plato con días fríos y lluviosos o con malos momentos en el comedor del colegio, yo la verdad es que no recuerdo nada malo de las lentejas, aunque si es verdad que antes no me llamaban la atención y ahora junto con las vainas (judías verdes), es de los platos que más ilusión me hacen. Aunque esto no es raro, ya que con la edad el paladar evoluciona. Antes no me gustaba el vino, el pescado, el queso…

La cuestión es que las lentejas son muy ricas, fáciles de hacer y baratas. Además deben tener hierro (menos de lo que siempre se ha dicho) y dicen que son buenas para los adolescentes y las embarazadas. Tiene además vitaminas B1 y B2 y minerales como el cobre, magnesio, fósforo, selenio, zinc y el famoso hierro. La única pega es que debido a la fibra y a los “oligosacáridos indigeribles” del interior del grano, producen “meteorismo” o flatulencia. Para evitar eso la solución es comerlas en puré o mezcladas con patatas. Perfecto para un menú de entre semana.



Debe haber un montón de variedades de lenteja (rubia castellana, lenteja de La Armuña, la pardina y lenteja verde o verdina) yo las divido en dos: las grandes y las pequeñas o pardinas. Las pardinas, además de ser más pequeñas, tienen algo que las hace especiales. Su textura es distinta a las grandes. Una vez cocidas conservan cierta dureza que las hace más interesantes que sus hermanas mayores.

Siempre que me acuerdo compro pardinas, pero para mi receta he utilizado de las grandes, porque en el bote de las pardinas no había nada.

No pasa nada porque tanto pardinas como grandes se hacen exactamente igual. Hay quien dirá que la diferencia entre unas y otras es que las grandes hay que remojarlas previamente y en cambio las pardinas no hacen falta. Yo la verdad es que nunca las pongo a remojo.

Los ingredientes son bien sencillos: lentejas en función de los comensales, calcular 60 gramos persona, teniendo en cuenta que una vez cocidas aumentan el doble su peso. Pero cuidado que si hay mujeres o niños las cantidades bajan.

Normalmente suelo poner zanahoria (no tenia el día que las hice), cebolla picada muy fina, un par de dientes de ajo, chorizo, una pizca de harina, pimentón dulce, nuez moscada, tomate frito y aceite. Aquí al gusto, hay quien le añade patata, morcilla, laurel, hierbas de Provenza…


Y la forma de hacerlas es bien sencilla. La clave debe ser que no se rompa la piel y para ello hay que hacer que hiervan poco a poco, añadiendo agua fría en cuanto veamos que empieza a hervir.


Poner en una cazuela las lentejas, cubrir con agua fría y añadir un chorrito de aceite. Poner a fuego moderado, de 0 a 10 un 6. Dejar que la lenteja vaya absorbiendo el agua a medida que se calienta.
Cuando veamos que las lentejas se han inflado y se ha tragado el agua, añadir un vaso o dos (depende la cantidad) de agua fría. Repetir esta acción hasta que veamos que la lenteja ha dado todo de sí y está blandita. Ojo que no se deshaga, la clave es que queden al punto. Si la receta es con zanahoria, incorporarlas un poco después de comenzar la cocción, de esa forma no se desharán.


Mientras las lentejas se pelean con el agua y el calor, picamos una cebolla y un par de dientes de ajos en trozos pequeños, los ponemos en una sartén con aceite y los acercamos al fuego.


Cuando veamos que la cebolla y el ajo han sudado lo suficiente, añadimos una cucharada sopera de pimentón dulce y al que le guste, un poco de nuez moscada. Cuidado que el pimentón y la nuez moscada no se quemen, porque su sabor cambia notablemente a peor


Un poco más tarde, y siempre removiendo para mezclar bien los sabores, añadiremos una cucharada de harina. Remover bien para que la harina no haga grumos y se cocine un poco.


En cuanto veamos que la harina ha absorbido todo el aceite y empieza a convertirse en un engrudo, lo añadimos a la cazuela donde hierven tranquilamente nuestras lentejas. Lo mezclamos muy suavemente para no romper las lentejas.


Después de un rato en el que los sabores se están mezclando, podemos añadir un chorro de tomate en conserva frito o natural, según los gustos.


El chorizo se puede añadir a la vez que la zanahoria o en el último momento, según la textura que nos guste, mas desecho o mas entero.


Cuando veamos que todos los elementos están integrados, lo retiraremos del fuego y lo dejaremos reposar. Si vemos que ha quedado muy densa les añadimos agua y la sal. En todo el proceso no suelo poner sal a nada, si acaso a la cebolla en la sartén. Dicen que a las legumbres hay que ponerles la sal al final para que sus pieles no se abran o rompan.



No hay nada como un plato de lentejas un martes lluvioso, en el colegio, lleno de exámenes…