Habíamos desayunado mucho, lo clásico cuando duermes
en un hotel. Te levantas con el propósito de desayunar como un día cualquiera,
y al ver la cantidad de cosas que puedes poner en tu plato, no paras de hacer
viajes de tu mesa al mostrador.
Comienzas con un poquito de fiambre (aunque jamás
desayunes fiambre), luego decides tomar un selección de panes, unos cerealitos,
un zumo o dos, otro viaje de embutidos, un poco de queso, bollería variada,
fruta sana… y cuando estás a punto de reventar es cuando, por fin, decides
tomarte el café de todos los días.
Con ese panorama, la única alternativa del día era
pasear sin parar hasta conseguir hacer un mínimo hueco en el estomago.
Estábamos en Hondarribia o Fuenterrabía y decidimos
pasar la frontera y darnos un garbeo por Biarritz o Biárriz (Francia).
Biarritz era un pueblo de pescadores de ballenas cuyo
nombre original era Beariz. En 1843 el escritor, dramaturgo, poeta, político e intelectual
francés Víctor Hugo la visitó y la puso de moda, el pequeño pueblo comenzó a
cambiar.
El encanto de su costa y la calidad de sus aguas hizo que la Emperatriz
Eugenia, esposa de Napoleón III, hiciera construir en la playa un palacio, hoy
en día conocido como Hotel du Palais.
En aquella época los médicos recomendaban los baños de mar en
Biarritz por sus propiedades terapéuticas, así que la cosa creció y se
construyó el Casino, consiguiendo atraer hasta la familia real Británica que pasó
temporadas en Biarritz.
Al pasear por sus calles y paseos fuera de la época estival, se
aprecia “cierta” decadencia. El lugar es maravilloso, pero recuerda al típico
lugar de veraneo en el que todo parece estar medio cerrado, impregnado de
salitre y en el que no se respira mucha vidilla. Quizás era el día y mi
estomago rebosante…
En homenaje a Biarritz había pensado hacer una tortilla francesa
pero me ha parecido muy simple y he elaborado algo más “sofisticado”, el timbal
de revuelto de gambas.
He leído que la tortilla se come desde que el hombre es hombre y
se llama francesa porque durante el asedio de los franceses en 1810, en la zona
de Cádiz, ante la escasez de alimentos, decidieron hacer la tortilla de patata
sin patata, porque no había.
Desde entonces se conoció como “la tortilla de cuando los
franceses” y se siguió elaborando por las familias gaditanas cuando al mercado
no llegaba mercancía, o sea patata.
Dicho esto os presento los ingredientes de los timbales: huevos,
gambas, ajo y perejil. Para este plato es necesario tener en casa un molde de
gelatina o similar para poder dar forma a la preparación.
Esto es muy sencillo y muy resultón para una cena improvisada. Lo
primero es picar unos ajos, ponerlos en aceite con un poco de perejil y al de
un rato introducir las gambas.
Mientras las gambas ofrecen su sabor, batimos unos huevos (uno por persona) y untamos
de mantequilla el molde de gelatina.
Una vez que las gambas han soltado su esencia (no dejar que se
hagan del todo), las escurrimos y las unimos al huevo batido. Aquí se puede añadir
una pizca de sal, pero cuidado que las gambas aportan su sal y si te pasas
puedes estropear la cena.
Mezclamos bien gambas y huevo y rellenamos nuestros moldes. Yo
tengo un truco para que todos los timbales salgan parecidos, es poner el mismo número
de gambas por persona. Parece una bobada, pero de esa forma sabes que en cada
timbal van 3 ó 4 ó 5 gambas y así a la hora de rellenar no empiezas poniendo
muchas y luego te quedas sin ellas, que suele pasar…
Importante: ponemos el molde, o moldes, en la bandeja del horno
con un dedo de agua y lo metemos al horno previamente calentado a
200 grados. Lo dejamos hasta que veamos
que el timbal se escapa de su hueco, unos 10 minutos, pero hay que controlarlo
que se puede secar demasiado. Mientras los timbales crecen en el horno podemos
hacer una salsa rosa para acompañar.
Ya
tenemos un plato de alta cocina francesa perfecto para cenar un día de esos en
los que has desayunado en un hotel.
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