Como no
llegamos a una conclusión decidimos entregar la guía a nuestros hijos, tenían que elegir la foto
con la piscina que más les gustase. A los cinco minutos ya teníamos un lugar a
donde ir; habían elegido un piscina de un hotel en ¡Palencia!
Al
principio dudamos de la elección pero las protestas de los electores hicieron
que nos decidiéramos.
De esta anécdota
hace ahora cuatro años y desde entonces ya hemos ido a Palencia en tres ocasiones,
siempre al mismo hotel… y a su piscina.
Palencia
es una ciudad pequeña que pasa bastante desapercibida, pero una vez que la has
visitado, resulta un lugar muy agradable para pasar un fin de semana.
He leído que
su nombre significa algo parecido a “cerro amesetado” o “meseta” que sus orígenes se esconden en el albor de
los tiempos y que por ahí han pasado todos los que tienen que pasar (celtas,
visigodos, romanos, árabes, etc.)
Siempre
he oído que en verano en Palencia hace un calor del demonio. Mi experiencia es
totalmente distinta, es uno de los pocos lugares donde he pasado frío en esta época.
La Calle
Mayor es peatonal, tiene mucha vidilla, y al recorrerla vas encontrándote
con parques, estatuas, la Plaza Mayor, Iglesias, tiendas, bancos, etc.
He leído por
ahí que Palencia es una de las ciudades con mayor superficie ajardinada en relación
con el número de habitantes que tiene. También he leído que fue la primera
ciudad con universidad, aunque luego desapareciera.
Tuvo su época
de apogeo, gracias al Canal de Castilla, utilizado para el transporte del
cereal hasta los puertos del norte.
En
Palencia se encuentra la Catedral de San Antolín, que le llaman “la Bella
desconocida” nombre que se ha extendido al resto de la capital. Es una de las
mayores catedrales de España y en su interior hay cosas muy interesantes.
Otro
sitio curioso es el “Cristo del Otero” una escultura de 30 metros que dicen que
es la tercera más grande del mundo. Desde este lugar se divisa toda la ciudad y
alrededores.
La
leyenda dice que en la iglesia de San Miguel se casó ni más ni menos que el Cid
Campeador, pero por fechas parece ser que no fue en la actual iglesia sino en
una que había antes en ese mismo lugar.
Un lugar
interesante que he conocido gracias a una foto de una piscina en un catalogo de
hoteles.
En
homenaje a Palencia y las tierras que le rodean os presento este plato que me
llamó la atención por su nombre: Patatas a la Importancia.
Dicen que
es un plato típico de la zona pero que con el tiempo se ha extendido por todas
partes e incluso se le atribuye otros orígenes.
Los
ingredientes son sencillos: patatas, harina, huevo, ajo, cebolla (se me olvidó
poner en la foto), pimentón y una pastilla de caldo de carne.
Lo
primero pelar las patatas y cortarlas en rodajes de un centímetro de grosor.
Luego
pasar por harina, huevo y a freír.
Una vez
fritas dan ganas de incarles el diente, no lo hagáis porque están duras. Lo he
probado…
En una
cazuela amplia, ponemos a dorar cebolla.
Mientras
la cebolla se hace, machacamos el ajo con una cucharada de pimentón dulce.
Cuando esté bien triturado lo añadimos a la cebolla, le añadimos un poco de
perejil y lo mezclamos.
En una
cazuela aparte diluimos la pastilla de caldo en agua y lo añadimos a la cazuela
donde esta nuestra mezcla de cebolla, pimentón y ajo. Luego introducimos con
cuidado las patatas y las cocemos durante 10-15 minutos. Aunque lo mejor es ir
pinchando las patatas para ver cómo están.
Cuando
las patatas están a nuestro gusto de cocción, las sacamos del caldo y las retiramos
suavemente a un plato. El caldo que queda en la cazuela lo dejamos unos minutos
hasta que reduzca (al gusto).
Volvemos
a introducir las patatas en nuestra salsa y ya tenemos una cazuela de Patatas a
la Importancia, un plato curioso que es un poco bomba pero que de vez en cuando
no está mal.
Lo que suelo decir, esto con un buen vinito entra de maravilla. ¡Y
que viva Palencia!
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