Eran
las diez de la noche y después del calor de todo el día, se agradecía el aire
fresco que entraba por la ventana de la furgoneta.
Había
sido una jornada larga y estábamos cansados,
pero aquel momento resultaba mágico. En medio de Navarra, con la luz del
sol a punto de desaparecer, avanzábamos por un camino sin asfaltar rodeados de
tierra cultivada donde aparentemente no crecía nada.
Tras
unos kilómetros adentrándonos en la noche, llegamos a nuestro destino. A un
lado del camino podían verse unas luces que se movían de forma desordenada.
Eran las linternas que, como los mineros, llevaban las personas con la que
habíamos quedado.
No
había luz pero el sonido hacia intuir una actividad intensa. Ruidos y
movimientos de linternas en busca de... ¡espárragos! Esos maravillosos
tallos que cuando yo era joven, se
probaban en celebraciones familiares o en Navidad.
La
recolección del espárrago hay que hacerla de noche, de esa forma mantiene su
color blanco, si le da la luz y cambia
su color ya no se consideran de buena calidad.
Primero
hay que quitar una tela negra que cubre los pequeños brotes, luego cortar con
precisión el tallo enterrado en la tierra y mas tarde agruparlos para cortarlos
dándoles a todos un tamaño parecido.
Las personas que los
recogían eran familia (hermanos, tíos, sobrinos…) y sus sueldos dependían de llenar cajas, cuantas más cajas mejor, así
era el trato, kilos de espárragos por dinero.
Una familia andaluza que
todos los años recorría la península de norte a sur recolectando aceitunas,
cerezas, uvas y espárragos, y siempre en las mismas tierras, para los mismos
propietarios, durante años.
Aquella situación, nueva
para mí, es el día a día de millones de personas en el mundo.
Es lo que tiene ir a la
Ribera Navarra, aprendes a conocer cómo se vive en una zona donde lo que manda
es la huerta. Miles de horas de sol, que se juntan con la fortuna de tener
acceso al agua, con un resultado mágico: miles y miles de hectáreas dedicadas a
la producción de productos de primera calidad destinadas al consumo humano.
Y es que yo, acostumbrado a
un paisaje con árboles, montañas, poblaciones, industria, nubes, lluvia
etc., me sorprendo al contemplar zonas
llanas, con pocos árboles, llenas de cultivos, con ovejas, pastores, con sol,
sin nubes, calor…
Y eso que Navarra es un
continente, como dice una jota, una región llena de contrastes donde puedes
pasar de la lluvia incesante de los valles del norte, a la zona de la Ribera
donde el sol, las huertas y los paisajes casi lunáticos te dejan la boca
abierta.
Por todo esto quiero hacer
un homenaje al espárrago navarro.
El nombre del espárrago
viene del persa y significa “brote”. Se consume desde hace miles de años, ya en
el S.III aparecen recetas que lo demuestran. Tienen mucha fibra y son
diuréticos, pero lo más característico es el mal olor que producen en la orina.
Dicen que este fenómeno se produce por una sustancia que tiene el
espárrago que cuando nuestro cuerpo la
metaboliza se convierte en metanetiol
que debe ser algo parecido a la esencia de mofeta.
Para comer unos buenos
espárragos primero han de ser frescos. Los que veis en la foto son recién
cogidos.
Luego hay que pelarlos
cortando de la yema hacia abajo y quitar la parte dura de la base. Con las
peladuras y trocitos hay quien los cuece junto a los espárragos para dar más
sabor y después hacer una crema con los
tropiezos.
Hay cientos de teorías para
cocer espárragos. Os cuento las que me recomendaron aquella noche en el campo
las personas que se dedican a recolectarlos y enlatarlos
Primera: Poner a hervir agua
con sal (una cuchara sopera de sal por litro de agua) cuando hierva
introducirlos de pie para que las yemas se hagan al vapor. Para que se queden
de pie hay que hacer un grupito y atarlos o utilizar el recipiente pensado para
ello. Cocer durante 15-20 minutos dependiendo del grosor. Lo mejor es ir
pinchándolos para ver que están tiernos.
Segunda: partirlos y hervir
primero las bases y luego durante menos tiempo las yemas.
Nadie me hablo de azúcar ni
limón ni nada de nada, pero bueno...
Y la receta que me
aconsejaron era: buen espárrago y un chorrito de buen aceite de oliva, nada
más.
Yo me he querido liar un
poco y no he podido resistirme a hacer una vinagreta.
Batir
aceite con trocitos de cebolla (según gustos añadir más
o menos) y una yema de huevo cocido, después añadir la clara del huevo cocido y
dar dos golpes de batidora para que la clara se haga trocitos pero no
desaparezca y luego añadir los trocitos muy picados de pimiento verde y rojo,
un poco de sal y ya está.
¡Que buenos
los espárragos y viva la gente que los recoge!
Una experiencia única, espárragos recién extraídos de la tierra. Sólo encuentro una pega en la receta: ¿por qué el término "vinagreta" si no lleva vinagre? jajajaja. Por lo demás, a mí me encantan con un pelín de mayonesa muy clarita hecha con aceite de oliva y un poquito de ajo. Vaya recetario que vamos a organizar, señor Arregui. Un abrazo
ResponderEliminarRicardo
Cierto lo de la vinagreta, olvidé decir que a la mezcla mágica hay que añadirle vinagre,poco porque la cebolla le da ese punto vinagretero.... digo yo.
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