El otro día vi una noticia
en un periódico local que hablaba de otra publicada en un diario inglés. La
noticia en cuestión hablaba de los hábitos de la Europa del sur, concretamente
de uno: la siesta.
Para ilustrar el artículo
eligieron esta foto donde se muestra a un hombre con el torso desnudo,
precisamente, echando una cabezadita. (La máscara negra es aportación mía…)
El artículo hablaba en tono
jacarandoso de las “tres horas de siesta” que en teoría practicamos de forma generalizada
todo el personal. También decían que ya era hora que abandonemos las tres horas
que dedicamos a comer y que no metamos tantas horas en el trabajo para producir
lo poco que producimos. (en esto estoy de acuerdo)
Qué gusto estar todo el día mirando al cielo.
Al terminar de leer la
noticia pensé que ese hombre quizás se había pegado la jamada del siglo, no podía
con su alma de alubias y vino, y se había quedado dormido en el primer sitio
que le ofreció ciertas garantías.
Qué gusto ver ponerse el sol
Pero luego también pensé que ese señor quizás
se había levantado a las cinco de la mañana, había cogido su tractor, se había dedicado
a trabajar en el campo bajo un sol del quince durante 10 horas, y después de
comer se había echado una cabezadita para, al de media hora, terminar de recoger
los fardos de cereal que había dejado en el campo.
Qué gusto ser una barrica en una bodega
Además me vino a la cabeza, lo
desprotegidos que estamos ante la utilización de nuestra imagen para vete a
saber que contenidos. El fotógrafo un canalla (aunque es buena la foto) y el
que ha decidido publicarla un hijo de su madre. (quizás yo también los sea por
enseñarla)
Qué gusto pasear por un bosque
Luego reflexioné sobre la
caca de vida que nos proponen los países del norte. Una vida dedicada a producir, a mejorar
constantemente beneficios, a vivir para trabajar, a ganar dinero…. Dinero que, por cierto, muchos de ellos
deciden gastarlo en unas vacaciones a todo trapo precisamente aquí. En el lugar
de la siesta, el vino, el cachondeo, las noches de fiesta, las playas, las
paellas, el flamenco, la sardana y yo que sé.
Qué gusto mirar al mar
Y además… ¿Cuánta gente se puede echar una siesta entre semana de tres horas? El que lo haga es un fenómeno
y lo hará porque puede hacerlo.
Lo que parece estar claro es
que allí por el norte predomina la envidia cochina. Cuántos suevos, vándalos,
alanos, teutones, bretones y demás tribus, les gustaría vivir por estos lares,
en fin…
Para digerir esta noticia,
he pensado en algo ligero que no nos haga caer en modorras improductivas. Un
plato que sobre el papel da pereza pero que con la edad, uno le va cogiendo el gustillo:
puré de verduras.
Los ingredientes que he
utilizado para este puré: vainas, cebolla, ajo, patata, calabacín, pimiento
verde, zanahoria y puerro.
En mi casa, cada puré es único
porque nunca utilizo los mismos ingredientes, depende de lo que encuentre en la
nevera o lo que se vaya a estropear.
Lo primero que hago es pelar
y trocear un diente de ajo, una cebolla y pimiento verde y poner al fuego. Para
mí la clave de un buen puré es esto. Dejar que la cebolla, el ajo y el pimiento
dejen toda su esencia, que parezca el comienzo de un sofrito.
Una vez que el asunto coge
color, ir añadiendo el resto de las verduras.
No sé si influirá en el
sabor, pero yo suelo guardar un cierto orden a la hora de ir añadiendo cosas.
Primero voy poniendo las que considero que tiene más agua. En este caso,
primero el calabacín, luego el puerro, las vainas, la zanahoria y siempre lo último
la patata.
El fragor de la batalla
Lo rehogo todo muy bien. Me
gusta dejarlo bastante rato removiendo.
Cuando veo que el fondo
empieza a quejarse, le añado agua y un poco más tarde leche. La leche además de
aportar su sabor, ayuda a aclarar la mezcla resultante, y eso en caso de niños
suele funcionar. Los purés oscuros o muy claros dan mal rollo.
Una vez que todas nuestras
verduritas estén blandas, llega el momento de otro de los grandes inventos del
ser humano: la batidora. Un artilugio al que no le damos demasiada importancia
pero que es difícil imaginarse la vida sin él.
Una vez batido, yo le suelo
añadir un poco de queso mozzarella y pimienta molida, por eso de los niños.
Y si después del purecito te
entra el sueño, piensa que eres la escoria, y la envidia, de toda Europa.
Grande, Pepitorio.
ResponderEliminarGracias Kez.
EliminarFotos de flipar pero estoy con lo que decía mi santo: a ver si nos echas una de chipis en su tinta o marmitako o algo más contundente, para justificar la siesta!
ResponderEliminarEsta bien... la próxima algo más apetitoso. Gracias Mara
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