Comenzaba a subir la temperatura. Ya eran casi las doce cuando el Sr. Greenshoot terminaba los recados de aquella mañana. Recoger unos zapatos del zapatero, el periódico y la visita obligada al ultramarino del barrio a por las típicas compras de alimentos que siempre hacen falta.
Al Sr. Greenshoot le gustaba aquella pequeña tienda, el olor era de otra época, en el suelo siempre había serrín y las voces y sonidos eran amortiguados por los embalajes de cartón que llenaban los estrechos pasillos.
Pero el olor, el suelo o los sonidos no era lo que en realidad atraía al Sr. Greenshoot. En aquel lugar el tiempo llevaba otro ritmo.
Un ritmo lento, pausado, tranquilo. Si pedías cien gramos de chorizo debías de tener tiempo para ver y disfrutar cómo se afilaba el cuchillo, suavemente, arriba… abajo. Tenías que saber que tras el corte, la piel de la pieza de chorizo era retirada lentamente, sin gestos bruscos. Que antes de acomodar la pieza en la maquina, había que limpiar el filo… ssssssshhh, suavemente. Ya limpio, comenzar a cortar, sin prisa… una loncha, otra, otra, todas perfectamente ordenadas. Cuando la hipnosis de la acción monótona de ver apilar lonchas de chorizo perfectamente ordenadas llegaba a su momento cúlmen, la voz del dependiente te despertaba de tu letargo y preguntaba si con ciento sesenta y cinco gramos bastaba. En ese momento el Sr. Greenshoot se sobresaltaba y miraba su lista con una sonrisa disimulada al comprobar que necesitaba huevos. En aquel lugar pedir huevos era una de las sensaciones más placenteras jamás vividas. La bolsa era de papel marrón oscuro. El dependiente agitaba suavemente la bolsa para hacer hueco en su interior. Después seleccionaban los huevos para introducirlos suavemente en la bolsa de papel. Uno a uno muy despacio para que no se rompan, muy suave… cuantos mas había mas suave era la operación.
En esos momentos el Sr. Greenshoot pensaba en la cantidad de ventanas que había visto limpiar en su vida. El recorrido curvilíneo de la goma limpia cristales desplazando el jabón. Esa fuerza que hace que a pesar de no querer mirar…, tu vista, tu mente, todo tú, se pierda en una acción tan simple pero a la vez tan compleja.
Faltaban seis huevos, la suavidad de la acción cada vez era mayor. El Sr. Greenshoot pensó en un pluma acariciando su columna vertebral, en un fármaco con efectos sedantes, el bienestar total… Pero de repente todo terminó.
Al salir de la tienda, pensó en todas aquellas cosas que cuando las ves hacer a otro te producen cosquillitas o sensación de paz absoluta. Limpiar cristales, barrer suavecito, envolver algo en papel, escribir lentamente, una voz leve, el manipulado de cosas delicadas.
El Sr. Greenshoot sonreía, ese día iba a comer sopa.
Saludos
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