- Perdone….
- Si.. o… bueno, vaya me ha asustado!
- Disculpe no era mi intención… ¿Sabe dónde puedo comprar unos sellos?
- Oh! Si… - titubeó el señor Greenshoot - siga el paseo, cuando vea una fuente gire a su izquierda y allí vera un estanco… ahí tienen de todo.
- Gracias!
- De nada. Buenos días!
El señor Greenshoot observó a la joven que se alejaba. En esa época, cada vez eran menos los que se acercaban a dar una vuelta por el paseo.
Ya son las cinco y aun no he cerrado.- masculló mirando el reloj – ese maldito trasto hará que cualquier día cierre a las nueve… Creo que debo comprar una nueva computadora. El portazo asustó a una pareja que charlaba en un banco próximo. Al cerrar, sus llaves rozaron la puerta. El señor Greenshoot comenzó a caminar. El ruido de las monedas que bailaban en sus bolsillos, marcaba un monótono ritmo que tapaba el rumor del mar.
Después de un rato caminado, se detuvo y miró al mar. Tras un largo suspiro, una fuerza desconocida hizo que decidiera seguir su paseo por la arena de la playa. Al pisar la arena, sus pasos eran torpes e incómodos hasta que al de un rato, consiguió avanzar de manera más o menos eficaz.
Siempre le había dado envidia la gente que paseaba por la playa. Lo que no llegaba a comprender es cómo podían pasear sin acabar totalmente sudados. La irregularidad del terreno le hizo pensar que lo mejor era desplazarse hacia la zona donde la arena estaba más mojada, allí todo estaba más liso y seguramente sería más fácil caminar.
La humedad comenzó a traspasar sus zapatos y empezó a notar que sus pies perdían temperatura. Aunque su caminar era más ágil, aún tenía problemas, ya que en algunas zonas sus pies se hundían en exceso.
- ¡Mierda! Tengo los zapatos llenos de arena y se están mojando.- gruñó
Para evitar que se mojen del todo, decidió quitárselos. La tarea no resultó fácil. Al levantar la pierna derecha vio como la izquierda se hundía en la arena y perdía el equilibrio. En ese momento comenzó un estúpido baile dando saltitos y girando sobre si mismo, hasta que logró recuperar el equilibrio y a la vez quitarse el zapato. Lo que no pudo evitar es posar su pie derecho en la arena.
-¡Joder!- gritó
El calcetín se había mojado. El agua estaba muy fría y enseguida notó la humedad intensa entre sus dedos.
En ese momento miró al mar enfadado, resopló fuertemente y continuó caminando. Al no tener puesto más que un zapato, su paso era lento y torpe. Buscaba desesperadamente un acceso al paseo para abandonar de forma inmediata su bucólico paseo por la playa. El sol ya comenzaba a esconderse y su pie descalzo comenzaba a notar los efectos del agua helada.
El salitre del mar se mezclaba con las primeras gotas de sudor. Sus zancadas apenas le permitían avanzar y a pesar del frió le sobraba la ropa que le tapaba.
La siguiente escalera que daba acceso al paseo se encontraba a unos cien metros, pero el señor Greenshoot ya estaba cansado. No era fácil caminar con un pie descalzo y el otro con un zapato lleno de arena.
Cuando por fin llegó al paseo, su cara estaba enrojecida por el esfuerzo. Su espalda empapada y el abrigo era una prenda que le sobraba. Buscó un banco cercano para limpiarse, pero al ver la cantidad de arena, decidió sacudir por encima el calcetín y ponerse el zapato.
- Que le den! En casa me limpio bien y listo!
Al pisar el suelo del paseo sintió un cierto alivio al ver que no se desmoronaba a su paso. Con la brisa el sudor de su frente comenzó a secarse.
Su cuerpo iba descongestionándose y la ropa despegándose de su cuerpo. Al de un rato, se dio cuenta que no podía parar de mover los dedos de su pie derecho. A la vez que caminaba los movía de forma incontrolada intentando, de esa forma, quitar la arena que le incomodaba.
A medida que avanzaba, la tensión iba creciendo, por un lado quería andar pero a la vez le molestaba la arena. Tampoco ayudaba nada el calcetín mojado, que no favorecía el movimiento de sus dedos. Por fin se paró y, mirando a los lados, decidió quitarse el calcetín y limpiarse bien la arena de entre los dedos.
La piel de su pie estaba arrugada y la arena parecía estar incrustada. Por mucho que golpeará el pie con su calcetín la arena no se despegaba. El señor Greenshoot comenzó a soplar para ver si de esa forma la arena se desprendía pero no había forma. Resignado, paró su actividad. Suspiró y miró al mar
- En casa, con la ducha, me quito bien la arena…- pensó.
El sol se había puesto y en el paseo apenas quedaba gente.
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