domingo, 26 de junio de 2011

Perú Capitulo 2

Los disparos fueron secos y a pesar de no meter mucho ruido despertaron al Sr. Greenshoot

- ¿Qué ha sido eso? ¡Que demonios…! Pero, ¿qué hora es?- el Sr. Greenshoot estiró su brazo hasta alcanzar la mesilla donde había dejado el reloj.

- ¡Las seis y media!.- aún era de noche y decidió asomarse a la ventana para intentar averiguar qué es lo que le había despertado. Con precaución, movió ligeramente una de las cortinas. En la calle, un grupo de soldados se introducía en una furgoneta de color gris. El ruido de las puertas se mezcló con el del motor que arrancaba. Un rápido acelerón y la furgoneta desapareció entre las calles. A su marcha comenzaron a oírse los pájaros que saludaban el nuevo día.

-¡Pero, ¿qué pasa aquí?.- El Sr. Greenshoot se retiro de la ventana, fue al baño y después de aliviar su vejiga, decidió que lo mejor era dormir una par de horas más para recuperarse del viaje.

A pesar de no haber dormido mucho más, el Sr. Greenshoot se encontraba descansado. El desayuno del pequeño hotel en el que se alojaba era bastante completo, unas tostadas, mermeladas, mantequilla, un jugo de frutas y un café con leche.

- Buenos días señor, ¿desea leche en su café?.- preguntó un joven camarero.

- Si por favor.- contestó el Sr. Greenshoot.- Perdone mi curiosidad, pero esta mañana he visto unos militares merodeando por el barrio…

- Ahh! Claro, es el toque de queda no más.- le interrumpió el camarero.- Todas las mañanas a las seis punto treinta termina el toque de queda, en ese momento los soldados efectúan unos disparos para anunciar que se retiran de las calles.

- Ah, ya….- el Sr. Greenshoot no se había quedado muy tranquilo oyendo la explicación del joven camarero, el jugo de papaya le hizo un efecto demoledor en su estomago y tuvo que subir a su habitación con urgencia.

Una vez solucionados sus problemas de adaptación estomacales, rehizo su equipaje y partió hacia la estación de autobuses rumbo a Cañete.

Cañete era una población a unos 145 kilómetros al sur de Lima. Desde Cañete, el Sr. Greenshoot tenía pensado acceder a otro poblado de la sierra llamado Santa Cruz y una vez allí realizar diversas tareas que le habían sido encomendadas.

Llegar a Cañete no fue complicado, bastaba con tomar un autobús de los que recorre la panamericana. Los autocares eran bastante cómodos aunque resultaba curioso que en cada parada que hacían, subían al interior del vehículo todo tipo de personas vendiendo frutas, refrescos, recitando poemas, etc. Lo más inquietante era la velocidad con la que tenían que vender o recaudar el dinero ya que el chofer no esperaba. En alguna de las paradas, alguno de los vendedores quedó atrapado dentro del autobús y tras varios metros de marcha, consiguieron que el chofer les abriera las puertas para que bajen.

Tras un viaje tranquilo, el Sr. Greenshoot puso pie en Cañete. Los carteles que lo anunciaban lo llamaban la cuna del arte negro. Por lo que pudo enterarse el Sr. Greenshoot, en Cañete hubo mucha concentración de esclavos procedentes de África, de ahí lo del arte negro.

No tuvo mucho tiempo el Sr. Greenshoot de conocer Cañete ya que su autobús hacia Santa Cruz salía al de unos minutos.

La “estación” de autobuses de Cañete era un lugar increíble. La calle parecía haber sufrido un bombardeo. A los lados de la misma, se agolpaban tenderetes construidos con todo tipo de materiales en los que se vendía todo tipo de productos imaginables. Los automóviles que circulaban por esta calle eran verdaderas joyas de la mecánica, aparatos con cuatro ruedas que, incomprensiblemente, funcionaban.


Los autocares que hacían el trayecto Cañete – Santa Cruz no desentonaban de la calle en la que se encontraban y nada tenían que ver con el que venia desde Lima.

Se trataba de una especie de camionetas con cabina reducida donde la gente se hacia hueco como podía. Si llegabas a tiempo y pagabas más, podías acceder a un asiento dentro de las cabinas. Dicho asiento era de tamaño reducido y en algunos casos se trataba de un banco de madera.


Si el billete era de los baratos la cosa era más seria. Tenías derecho a montarte en el cajón del “autobús” y agarrarte a la barra que lo recorría de delante a atrás.

El Sr. Greenshoot compró un billete caro ya que había oído que el viaje era largo y por carreteras muy malas.

Antes de comenzar el viaje el Sr. Greenshoot observó como la gente que accedía al cajón del autocar, se ataba una de las manos al palo que lo recorría longitudinalmente. Un hombre le explico que como el viaje era muy largo, la gente se ataba al palo para no caerse del cajón. Era normal que con tantas horas de viaje y con el sol pegando de lleno, la gente que viajaba en el cajón acababa durmiéndose y sino ibas atado era fácil terminar en la carretera después de un tremendo golpe.

Después de oír eso, el Sr. Greenshoot, estaba mas convencido de que había hecho bien comprando el billete caro.

Al subir al “autobús”, el Sr. Greenshoot, vio que sus piernas no cabían en hueco del asiento que le había tocado. Probó varias posturas para tratar de colocar sus piernas de forma adecuada pero resultó imposible. Con tanto movimiento y viendo que el asunto se ponía feo, su cuerpo comenzó a sudar de forma incontrolada. La situación fue empeorando al ver que el “autobús” se llenaba de gente con bultos inmensos que ocupaban el poco espacio que quedaba libre entre asiento y asiento. El Sr. Greenshoot no sabía qué hacer, sus piernas cambiaban de un lado a otro intentando encontrar un punto donde el resto del cuerpo no sufriera. El sudor y el agobio iban en aumento. En ese asiento no cabía y había pagado el billete caro, era el momento de quejarse.

- Perdone señor.- le dijo el Sr. Greenshoot a su compañero de asiento- ¿me deja salir?... es que no quepo en este asiento y voy a hablar con el chofer a ver si me cambia.

El hombre de al lado era un campesino de edad indefinida que portaba un enorme sombrero de paja. Le miró y sin decir nada se apartó mínimamente para que el Sr. Greenshoot pudiera salir. Cuando por fin pudo salir de la cabina, el Sr. Greenshoot, vio cómo su asiento fue ocupado por una señora que llevaba unas gallinas.

- ¡Eh! ¡Mi asiento!... – gritó desde fuera. Rápidamente buscó al chofer y le explicó su problema.

Tras mucho debatir y exigir sus derechos de europeo descolocado, el Sr. Greenshoot, terminó en el cajón del “autobús” agarrado al palo. La solución no era la mejor, pero visto lo visto le pareció la menos mala.
El viaje iba a ser un horror... 

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