Aquel domingo decidimos ir a
comer a Plencia (Plentzia, en euskera). Plencia es un pueblecito de veraneo a
escasos veinte minutos de mi casa. No sé las veces que he ido a ese lugar, pero
ese día era la primera vez en mi vida que decidí llevar la cámara de fotos.
Sacar fotos en Plencia es como sacar fotos en el portal de mi
casa, un lugar archiconocido del que tienes mil imágenes en tu cabeza, un sitio
donde nada te llama la atención.
Pero en esta ocasión, un mundo nuevo se abrió ante mí. Empecé a mirar
con ojos de turista lugares que conocía desde hacia tiempo; la playa, el
sanatorio, la ría, las casa… todo resultaba interesante.
Somos capaces de viajar
kilómetros y kilómetros para ver cosas que no tiene nada que envidiar a lo que
tenemos cerca de casa. Y no es malo viajar y conocer, pero a veces no valoramos
lo más cercano, quizás por la ceguera de la costumbre.
Tras esta reflexión primaveral,
os cuento que he leído un poco la historia de Plencia, y parece que, muy a su
pesar, pertenecían a Gorliz (pueblo vecino con la típica rivalidad)
Consiguieron independizarse de Gorliz y vivieron de la pesca de ballenas y al
cabotaje (llevar pasajeros, mercancías o lo que sea, de cabo a cabo). Plencia
estuvo rodeado por una muralla con bastantes puertas de las que sólo queda una.
Más tarde, se convirtió en lugar de veraneo y las diferentes reformas
urbanísticas hicieron que la muralla desapareciera y tenga el aspecto que tiene
hoy en día.
En honor a Plencia y a todos
aquellos lugares que tenemos delante nuestro pero que no valoramos, voy a presentaros
unas alcachofas con taquitos de jamón.
Por lo que he leído la alcachofa
es prima hermana del cardo borriquero y fue utilizada como planta medicinal ya que
se le atribuyen bondades para combatir la diabetes, el estreñimiento, la gota,
el reuma… hasta que por el SXV
decidieron empezar a comérsela.
La alcachofa es una plantita que
ocupa mucho pero que a la hora de la verdad se queda en nada. De un kilo, la mitad son hojas, que son muy
bonitas, pero que no alimentan. Con las hojas que sobran se podrá hacer alguna
sopa o alguna reducción con aromas de alcachofa.
Lo primero es pelar bien las
alcachofas hasta llegar a la zona tierna. Este paso es fundamental porque no
hay cosa más desagradable que una hoja de alcachofa dura y áspera dentro de la
boca.
Un vez peladas hay que untarlas
con un poco de limón para que no se oxiden y oscurezcan. Hay bastantes trucos
para que no se pongan de color feo; poner harina y limón en el agua, no
cocerlas en una cazuela de aluminio, sumergirlas para evitar el contacto con el
aire durante la cocción, después de cocidas ponerlas en un recipiente en donde
caiga agua constantemente, etc,etc.
Ya peladas, las ponemos a cocer
en abundante agua con un poco de sal y un chorrito de aceite. Cocer durante
12-15 minutos, pero lo mejor es pincharlas para ver si realmente están blandas.
Mientras las alcachofas se cuecen,
hacemos el acompañamiento con unos taquitos de jamón, un par de huevos cocidos
y nuestro querido ajo.
Poner en una cazuela aceite, el
ajo y el jamón. Al de un rato añadir una
cucharada de harina y remover bien para que se “cocine”. Cuando nuestra mezcla
alcance el punto de espesura que nos guste, le añadimos los huevos cocidos
partidos en trocitos.
Luego, en una fuente de cristal o
similar, ponemos nuestras alcachofas cocidas y por encima le echamos la salsa
que hemos elaborado, le añadimos un poco de queso mozzarella por encima y lo gratinamos.
La verdad es que está muy bueno y bastante sencillo. Es un plato que siempre ha
estado ahí pero que muchas veces no lo hemos apreciado…
Uysh, con lo que me gustan a mí las alcachofas. Y esa salsa te sale sólo con harina y aceite? Ni un poquito de caldo ni nada?
ResponderEliminarOlvidé decir que le he añadido un poco del agua donde he cocido las alcachofas, de esa forma consigo que no sea un bloque...
ResponderEliminarMenos mal que hay alguien atento...!!